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Se da la vuelta, lentamente, a la defensiva,
consciente que el camino ha terminado. Ahí, está el, quien escribió la carta.
Lo recuerda en años de universidad como joven distraído, evocado a sus
estudios, delgado, pálido, con las ojeras en el andar de su cuerpo. Ahora, está
aquí, frente a ella. Co unos kilos demás pero aun conservando esas ojeras de
sus ojos azules que le hacía caer en el epicentro de su concentración. Sin embargo,
más allá de ese recuerdo, de ese hoy observa algo que no había visto, su
sonrisa. Una sonrisa de madurez de los años que se agolpan en las arrugas de su
frente. Arrugas de estudioso, marcas donde la obstinación de su vida a llegado
al logro envejeciendo precozmente. Se saludan, se dan la mano como si algo cortante
los separara para algo más tal vez, un beso de las mejillas. Ella sabe que va
estar sola con el y no quiere más confianza y no quiere dar confianza. Tiene
una imagen de los hombres algo vinculada con su ayer, con su pasado y no quiere
que pase esa frontera e invada su mundo. Ah, Anne…tu mundo. Tan sutil, tan
mágico, tan hechizante, tan reservado, tan callado. Y eso está bien. Vienes a
trabajar y no más. Los dos al unísono se viran hacia las cuevas, ya todo
permanece callado, ya todo es estático, ya todo alienta por la condición de que
está ahí. El le narra mientras reanudan los pasos. Se refiere a una cueva, el
la llama C9. Le cuenta su historia que ella ya sabe como lugar de
almacenamiento, lugar de garabatos , lugar de rituales aborígenes. Como el sol
de primavera incide exactamente en su oquedad, en la perfección milagrosa de
nuestros antepasados que no son nuestros antepasados, ellos, fueron
aniquilados. Por nuestra venas corren sangre de diversos paritorios de Europa
sin saber con certeza de dónde. Al comienzo no entiende que es lo que quiere.
Después cuando de andar largo , muy largo, cuando la noche se nutre de la
tarde, cuando la vía láctea se es un rayo de un universo magnifico. Tanto , que
cuesta identificar cada constelación, cada estrella, cada nebulosa, cada
galaxia ausente de nosotros. Le dice, he encontrado restos humanos Anne. No se
lo he dicho ha nadie, pero usted como antropóloga y criminóloga me podrá auxiliar.
Pienso, piensa que es de nuestros antiguos antecesores o de la guerra civil. No
sabe, no ha hallado vestimenta alguna que los identifique , solo huesos en un rincón
de la cueva de difícil acceso, tanto, que ha nadie se lo ha dicho. Entretanto
la charla se mece van andando hasta el lugar. Es mejor así, en la oscuridad,
con el solo el silbo de la erupción de la isla próxima. Caminan por un lugar
inaccesible, desconocido para muchos. Un sendero sin la linealidad de ser paso
de alguien. Lleva linternas. Va equipado. Quiere que en ese mismo nocturno ella
vea lo que ha descubierto. Y le sigue con el movimiento de su inquietud ante
esas horas tardías en ese paraje donde el firmamento dibujo la que somo, como
ramificaciones nerviosas de nuestras carnes. Llegan a la C9, el todo del
universo y su nada los acompaña. Por un instante se plantea se habrá más vida
de este pequeño y grato mundo. Desconcertada amplia a la posibilidad de que tal
vez no, que tal vez así pero todo es tan lejano, tan ausente. Le dice que tenga
cuidado, van a penetra en la gruta que pertenece a la C9. Y entran. El olor a
humedad y a tierra la hace por momentos incapaz de mantener de su verticalidad,
aguanta, le sigue. Todo es silencio, solo el chorro de aguas subterránea se
percibe con su goteo intermitente. El con su linterna señala. Ella ve, su
fijeza se remonta a un amor herido, un amor perdido, una muerte de amor ya sea
por echo de esos esqueletos en su postura, ya sea por un castigo. Es lo primero
que percibe. Es lo primero que le impacta. Los esqueletos están rodeados de
piedras y restos que no atina a saber lo que es. Salen. La noche en su
amplitud, en su belleza, en su brisa cortante le trae el oxigeno de nuevo. Respira.
El se sienta en una roca. Anne , de pie, intenta sacar las primeras ideas de lo
que pudo haber sucedido. Sabe que tiene que investigar esos huesos para datar
la fecha aproximada de los años en que vivían. Ello, no le preocupa. Estrellas fugaces atraviesa su mirada y pide
un deseo, un deseo que guarda en su memoria. El no comenta nada, sabe de la
larga investigación. Tiene ganas de preguntar, pero se calla. El hermetismo del
vacío de las palabras los invade. Las horas pasan y pasan. La tranquilidad
asume esa quietud eviterna. Las flores que pueblan el lugar tras las lluvia
otoñales se perciben cuando la pausada respiración infla sus pulmones. Y ahora….y
ahora tienen que volver al lugar de encuentro. Ella se lleva unos pequeños
restos. Y tienen que estar ahí antes de que amanezca, antes que la fragancia
del café y las voces de las cuevas empiecen su jornada. Un estallido sórdido
les llega. Y es que todavía. Todavía en la isla vecina se está abriendo la
tierra, alimentándose de su todo, devorando cada lamento de sus gentes.