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Ahora que estoy aquí, en el lugar,
nadie aparece. Me moldeo a un sol que viene sobre un mar de nubes que me
despide de la lluvia. Me acojo en su regazo…ese tentador abrazo cálido. Miro
estas cuevas casas. La nada brota ahora que es mediodía y el día se puesto su
traje más esplendoroso. Me embriago de la ligera brisa e intento que este astro
rey tibie un poco mi cuerpo. Sin embargo, escucho voces que sale de esta
hileras de cuevas. Voces sin ojos. Voces sin labios. Voces sin cuerpos. Un eco
poderoso me viene y escucho bajo estas piedras conversaciones de quien las
habita. Llegan a mi con el resonar tembloroso de un eco como si naciera del
estómago de estas montañas. Todo luce verde, un follaje maravilloso, agradecida
tierra. Ahora que la lluvia se va me encuentro en este susurro de esos hogares
y callo. Oigo sin hacer ninguna opinión. Saco la carta de la mochila. La leo,
lo que se puede leer. Estoy aquí donde el camino de cuatro cruces es sitio de
encuentro. Intento leer la hora, pero la tinta se ha corrido y me siento, algo
cansada, respirando lo hermoso del lugar. Uhm, esta paz. Parece que por un
instante hasta el volcán calla y me reconforta me hace migrar en la memoria.
Hacia años que no visitaba lugar. Juan…juan vete a ver como están los cultivos.
Escucho, frases , mi olfato pasea por el frescor con el aroma de un café. Por
momentos siendo la necesidad de tocar en algunas de sus puertas. Pero que
pensarían estas gentes con las pintas que traigo. Y ahora en este silencio solo
perturbado por las voces de esas grutas me aíslo más en mi soledad. Una soledad
que me ha llevado lejos. Son los años. Hay un punto en que no necesitamos a nadie
solo, las esferas de nuestros vientos. Un viento norte rajando cada dolor, cada
daño, cada despecho lubricado en esta sociedad. Y ahora sonrío , aunque los
años me hallan cambiado todavía queda algo de esa juventud. Me hallo amenizada
por un yo verdadero, conforme, luchador, constante, complaciente con quien soy.
No está en su casa. Mi padre no está, algunos nubarrones aun asoman y la hora
que es todavía no ha llegado. Intento fantasear en que se encuentra charlando
con alguien, pero una fuerza tirana me desboca y un vértigo me consume. Un
sudor frío aprieta mis sensaciones y soy fatiga constante , impertinente. Me
entra ganas de llorar, me hallo impotente y me empuja una amargura que me
invita a correr a no sé dónde. Y me paro. Razone y levanto mis piernas hacia el
mercado. A medida que camino, que me acerco paro la esperanza, la ilusión de
verlo. Y todo en
esta vida se cura o casi todo. Hay países menospreciados por el ego de los
imperios poderosos. Imperios que caerán como han caído a lo largo de los
siglos. Anne, en estos momentos suspira, sus sentidos se desplazan a la levedad
y en vertical su peso se aferra a la existencia, a lo andado. Mientras el hijo
de Tragalunas ve la luz al final de un túnel negro, plomizo, pegajoso. Ve a su
padre hablando con alguien de los puestos. Y se alegra y sin decir nada da
media vuelta y se dirige a la estación. Sus vidas tan distintas, tan lejana sin
embargo unificados en el amor. El señor anciano baja de la guagua con su perro
guía. Mira como un acto inconsciente hacia arriba, hacía el cielo como si viera,
como si se percatará que ya por hoy no va llover más y es que lo huele en el
ambiente, en sus sentidos. Camina lentamente por la ciudad con su perro guía y
le agradece que le acompaña. Y Anne agradece de seguir para adelante, sola, en
su hábitat. Y los tres son personas de una sociedad enriquecida, pacífica. Y
otra vez los temblores, el estremecimiento devastador de la isla vecina. Los
dioses del universo conspiran en la isla vecina, una masa corpulenta despiadada
se levanta contra ella. Y ellos lo siente. Anne se levanta y atisbo de inquietud
la hace agarrarse a las cuatro cruces. Dónde estará, se pregunta. De todos
modos esa larga espera se le hace amena y lo agradece, es como si una cama de
seda tejiera en sus espaldas…en sus espaldas cansadas.
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