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El. Ella. Qué más da como me
definan. Yo afirmo que soy manantial de la indeferencia ante mostrar mi sexo,
mis tentaciones. Transita por la existencia en la búsqueda de la tranquilidad
de mis cimientos, bien arraigados a los instantes cotidianos de la vida. Me
alzo en los sentidos donde unas manos, donde unos ojos de lumbre a mi sombra
cuando la conversación se instaura ante mí. La noticia de la erupción me
preocupa, me mortifica. Mi padre, mi adorado padre Tragalunas. Habrá embarcado
de hoy como de costumbre sin el temor del empuje, de la violencia de la marea.
Habrá regresado ya ¿ Lo desconozco, hacia su casa en el muelle del norte me
dirijo. Hacía esa bahía donde el relampagueando y el estruendo es más sentido. El
. Ella. Me es igual lo que me consideren, solo sé que soy yo , me trago mi ruta
con la naturalidad de las aves que contemplan este mundo. Este mundo enrarecido
por la contaminación. El cambio climático se deja notar , me dice mi padre.
Cada vez más barcas se llegan a esta tierra, a estas islas en el escape de las
atrocidades del clima. Un insospechable insoportable que hace estragos en otros
pueblos. El . ella. Soy yo, me personifico en la corriente briosa de mis
pasiones, de mis amores. Ahora distantes. Camino en la suavidad con la belleza
de jardines colgantes en la pasividad influenciable a mi aceptación. Y eso es,
aceptarse asi misma, así mismo sin discriminar a nadie por sus ideas, por sus atracciones.
Nómadas del vivir en un entorno donde la libertad te abraza. Sí, la libertad. Medito
y escucho las nieblas de esos países donde la tortura y el castigo es tan increíblemente
dramático. Y me pregunto el porqué de esta suciedad en este mundo. Un mundo privilegiado,
con el don de un despertar. Y no sé por qué una alegría me asalta de vivir
donde vivo. Ay estás gentes que todo asiente, todo aceptan mientras no hallan
ideas malditas contra ellos. El. Ella. Así , soy, un corazón tendido en el edificante
arte de la ventura. Me siento afortunado o afortunada. Pero, mi padre. Tragalunas,
es tan valiente que habrá salido a la mar en su rutina. Le es igual. El y la
mar. El habrá ido hasta Lobos a ver a su amada, esa amada que no conozco y es
mi madre. A veces me pregunto el por qué de su distancia, de su alejamiento.
Siempre he soñado que un día me lleve con él. Pero respeto su decisión, me
quiere ausente de es amor de su fortuna en la verticalidad de su vida, de su
estabilidad, de su calma. De este autobús veo la humareda de la isla contigua,
qué mal lo estarán pasando. El pánico es fruto amargo que los desespera en una
esperanza rajada, oxidada, árida. Tengo presente que somos islas volcánicas y
que nuestro subsuelo duerme y duerme y ahora se ha levantado con la ira
descontrolada de la penumbra a esos que viven allí. En cualquier momento la
vida nos puede dar un frenazo fatídico, una parálisis que amputa cada uno de
nuestros pasos.
Anne respira el sabor del monte, un mestizaje que comprende lo arrebatado del
verde en sus pisadas. Da gracias a este clima, a este invierno primaveral que la
acompaña. No sabe cuantos kilómetros ha realizado, pero, la cuestión es no detenerse.
El hijo de Tragalunas baja de la guagua , ya ha llegado a su destino. Con una
mirada directa y fija y un cierto temor se enfoca en la marea. Mala marea…muy
mala marea. Una lágrima resbala por sus ojos, tiene un mal presentimiento. Sus
hombros , mientras llueve y esta quieto en la parada, se caen. Se mira las
manos y mira el cielo.
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