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Llega el autobús, me subo con lo
pesado de mi mochila. Es invierno y me he defender por lo que pudiera pasar,
hasta un botiquín de primero auxilios llevo por si hay que trepar por esos senderos
donde jamás sabremos de su ayer con certeza. Me siento al lado de una anciana.
Me saluda. La saludo. Es mayor pero su vitalidad todavía promete en las
estaciones venideras. A veces caracterizamos a las gentes por su rostro, por su
presencia ante nosotros, pero no captamos el espíritu de su reconditez. Esta
señora quizás sea más capaz de mucha de la juventud de hoy. Una generación en
crianza de una sociedad patriarcal, machista y una dictadura que le quitaba la
paz tal vez de sus despertares. Y no hace mucho, creo estar viendo en ella el
espejo de esa represión que la ha esculpido con esta fortaleza del hoy donde su
verticalidad permanece intocable. Es como un soplo de vida tras la calvicie de
las ataduras, de las censuras, de las prohibiciones. Ella, es una mujer que se
ha ido moldeando al paso de los años, al paso de innumerables azotes del vivir,
de expresar lo que siente. Y , me detengo, la miro, le sonrío, volvemos hacia
atrás, una descomunal cultura en ser todos autómatas, con el pensamiento
crítico borrado de la manera de ser, imitando el comportamiento de quien
tenemos al lado, imitando esos disparates que describen una sociedad de
analfabetos del pensamiento. Me habla, me dice algo del tiempo y yo asiento. No
la he entendido muy bien y comienza a hablar conmigo así sin más. Me dice de su
juventud, cuando iba a la isleta disfrazada en la huida de esa libertad
arrebatada. Me dice de sus disfraces, en la época franquista, sacos de harinas
rematados en los ojos de la fantasía, de esa ilusión y ganas que se tiene
cuando volamos en la sombra de un pueblo, escapando a cada atizar que podría
condenar en prisión. Sus ojos azules, sus ojos claros, sus ojos transparentes transmiten
viveza y un regocijo que la llena y la hace caminar, seguir adelante. Se me
hace ameno este viaje, la visita de ese saber de épocas pasadas. Las inhalo,
las vivo como si de mi se tratara. Sube por las calles de esa vieja Isleta
donde todos se reúnen. Una congregación para celebrar los abismos de una
religión, de una política que llevo a muchos a la marcha, a los calabozos, a la
muerte. Una época donde la miseria imperaba, pero sobre todo esa unión
pacíficas de sus manos en la lucha, en la resistencia. Si, resistió, tanto. Que
ahora el placer de su felicidad la lleva de autobús en autobús como si fuera
una segunda, una tercera juventud embarcada donde la vio parir. Otros muchos se
fueron , me dice, se embarcaron rumbo a las américas en busca de la buena
fortuna. Y esos muchos otros, se olvidaron de sus familias, de sus mujeres, de
sus hijos. Otros, y esos otros volvieron no sin con alguna sorpresa y de nuevo se
iban y de nuevo regresaban y de nuevo la
nada. Mientras los más listos hacían trapicheos en el muelle, este muelle edificado
con las ganas de una Europa. Y ellos eran los cambulleros y se hicieron ricos,
hija ¡Qué si se hicieron ricos? Ricos y avaros. Ese intercambio de mercancías por
dinero. ….Esos alemanes, esos ingleses…aun conservo objetos de la época hija.
Aquí está mi parada. Se va, casi sin despedirse, se siente orgullosa de la
época que vivió y sobrevivió. Sigo en mi ruta hasta la estación. No queda mucho…pero
no hay prisas…no hay que tener ganas de correr …todo a su debido tiempo y allí
tendré que esperar hasta la guagua que me lleve próxima donde los ancestros
ovacionaban las montañas…las montañas sagradas. Miro por el cristal de la
guagua, miro cada persona que entra y visiono un mundo distinto al mismo, una
visión cambiante a medida que van pasando. El cielo se ha vuelto a nublar, así
somos, estamos bien, estamos más o menos y estamos bloqueados. Así es la vida,
una vida recorriendo las sombras y luces del tiempo que no volverá. Hay que
aprovechar cada instante como si fuera eterno, como si fuera un filamento de oxígeno,
de agua, de oro. La anciana, ya no está. Cualquiera sabe si me la encontraré
otra vez, me ha enriquecido, un gusto charlar con ella. Con su maquillaje desfazado,
con sus arrugas añadiendo cada situación de su vida, con sus manos de anillos
que quien sabe de donde provienen. De un barco extranjero, de algún emigrante de
sus antepasados, de algún amor perdido.
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