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Con la destreza que envuelve lo
misterioso, lo oscuro, lo absolutamente quebradizo abre ese paquete, esa carta
sin remitente. Sus ojos se posan en una foto en su primera impresión. Intenta
averiguar donde es ese lugar, ese sitio tan ramificado en sus raíces. Su
tentación se despierta y sabe de donde se trata, son las montañas sagradas por
los ancestros de la isla…de la isla. Un viaje la separa por un instante de esa
imagen y sus ojos vuelan en el pasado, en ese pasado remoto de miles de años. Un
viaje que la ampara en las antiguas civilizaciones de la islas…de las islas. Y
tras ella una pequeña carta. “ Hola Enma, te escribo porque me es necesaria
tu ayuda en el estudio de estos monumentos naturales de nuestros antiguos
pobladoras, de esos aborígenes venido supongo que en emigración en las huidas
de las batallas del norte de Africa o posiblemente abandonados como castigo en
este pedazo de tierra en medio del Atlántico. No se bien, por ello te envío
esta foto del Risco Caído con sus montañas sagradas de antaño. Tu sabes bien
que soy compulsivo con lo que desconozco. Se aproxima el equinoccio de
primavera y quisiera saber, ser contundente con mis ideas, con mis
investigaciones. Sabes mucho de esos temas y espero contar con tu ayuda” Ella
cierra los ojos, respira profundamente. Y se marcha donde las costumbres
antiguas abogaban en la isla. Dibujo un cielo límpido, sin secuelas lumínicas
por la polución. Dibuja aborígenes que no sabe muy bien de donde vinieron. Pero
lo seguro por ese mar que nos protege, ese mar donde en las precoces horas de
la jornada fue a nadar y entabló conversación con los cetáceos. Observa esa
foto y se desplaza donde los cantos, los gritos, la suplica, la oración era
todo cómplice con el firmamento. Se yerta y se erige a su habitación, saca
algunas cosas necesarias sobre todo de abrigo. La visita le espera, se elonga
en la memoria de los aborígenes y comienza a divagar como pudieron con tanta
exactitud averiguar los equinoccios, los solsticios para continuar, para amparar
sus vidas en los siglos de los siglos. Se llevará una mochila, sabe que cuando
se acerca uno de estos fenómenos astronómicos se desencadena una febril
creencia en el presente por las gentes. Algunas supersticiones que nos lleva a
la absoluto absurdo. Le es pesado abandonar por días su techo, estas paredes
que la ilimitan en sus sueños, pero la causa es tentadora, lo desconocido se
atreve a llamarla para investigar que hubo detrás de esas estructuras que en el
día de hoy se conserva. Se traslada a otras civilizaciones y todo es semejante,
unas más avanzadas, otras menos. Y es que se confirma que algo detrás y ese
algo que ahora no estás , que nos ha dejado vencidos por los miedos y la carencia
de empatía y humanidad de los terrestres o marcianos , porque todo indica que nuestra
existencia se expande más allá de los confines de este mundo. Introduce piezas en su mochila. Revisa la casa
cautelosamente, apaga la música esa solemne aria que no deja y deja de rotar y
sale. Sale con el acero de un invierno que llega a su final, le azota en su
rostro una brisa gélida, una brisa que cuenta de un cielo claro y puro. Es hora
de partir, ahora que es temprano. Y a la sombra de una ciudad despierta espera
en la parada, tendrá que cruzar toda la ciudad para llegar a la estación y
continuar su ruta a la cumbre. Su visita será un aliciente que con el pellizco
de una sonrisa la llevé tal vez, a un emocionante recorrido del ayer.
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