A diario aunque el otoño figure
en su lucidez se sentaba en la parada esperando esa guagua que la llevara a su
destino. A diario, aunque el otoño sea tormenta de fuertes lluvias se sentaba
en la esperada…esperando y esperaba y el autobús pasaba y el chofer se le
quedaba mirando, con la una simbólica pena en sus ojos. La miraba , ella no se
movía, no se levantaba y el la saludaba con una afable sonrisa y continuaba. A diario,
aunque el otoño estremezca las mareas y el despertar anuncié el movimiento de
la ciudad se sentaba en la parada. Uhm, sus años habían entrado en la dejadez
aun así lucia sus labios de un carmín como bienvenida a una nueva jornada en el
que ella estaba esperando. A quién…a quién…Sus hijos desaparecidos en la bruma
del olvido jugaban aún en si pecho, en su memoria. Tal vez, los estaba
esperando y ella sonreía y charlaba con todo el que se sentara a su lado. A diario,
aunque el otoño detonara una plomiza tristeza en su atmósfera se sentaba en la
parada, las palomas , con tiempo claro se arrimaban a sus pies y ella le daba migas
de pan entretanto esperando la llegada de la guagua. Cuando se detenía, ella,
con un atisbo en la puerta trasera ojeaba quien iba dentro luego, se sentaba
otra vez, seguía escuchando el sonido del otoño, el sonido de las palomas, el
sonido de la voz humana quien saludaba, quien despedía. Y a diario cuando la
noche se acercaba con presura recorría con su memoria cada paso dado e la
mañana y retornaba a su casa. Un halito de desgana brotaba en sus pisadas. Un
grito de soledad hacía recorrer por su envejecido rostro una lágrima. Un
aliento de desesperanza la embriagaba y despacito y callada cerraba su puerta.
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