Mareas donde mi mano fluye en la soledad. Una soledad en destiempo cuando el ayer vencía mi cuerpo. Ahora, callada, mirando la luna menguante respiro sus entrañas navegando al son del oleaje. Un faro queda, aún. acentuándose en cada giro sobre si mismo saluda a los llegados, despide a los idos en barcos de papel. Fallecen las fuerzas, el mañana se enhebra en desaliento, en una desgana que los hace hijos de las profundidades de los océanos. Sus rostros dibujan sufrimiento, el exhalar de la sed, del hambre. Vuelvo a la orilla, el faro mudo, con luz irradiando una noche de luna menguante. Suspiro, tomo aire, contemplo mi soledad, esa sombra conversando con las pardelas de un nocturno ciego, sordo a la esperanza y cierro los ojos. Puede que el desanimo o no, me venga a buscar. Puede que las fronteras se extingan o no. El viento viene barriendo todos mis deseos, me abrazo y me lio con el canto de las caracolas. Espero que el naciente sea sol que me dé la respuesta y abro los ojos, y retengo ese suspiro donde su imagen se hace hueco en el vacío. Y aquí estoy donde las mareas fluyen en sus soledades, en su danza con almas tragadas por la insonoridad de la huida. Aquí, quieta , soy callar de viejas heridas solidificándose como pilares de mi despertar, de ese mañana donde sobre cetáceos surcare el deseo. Oh, deseos prohibidos, inquietos venís a mí. Y aquí estoy, en la orilla, en un naciente del crepúsculo donde mi canto se eclipsa en la dejadez, en una ilusión evaporada, difuminada a ras de mi calma. Oh, deseos vanos, me miráis. Catáis cada encuentro de mis manos con las mares. Y siguen llegando, los hijos de las mareas , del despecho, náufragos de sueños exterminados por las guerras inagotable y el tiempo se declina, el tiempo se cansa y este pensamiento mío es corriente gravitando en ti. Sí, en ti. Oh, deseos perdidos dónde estáis. Uhm, amanece.
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