Una tormenta solar viene
arrastrando la atmósfera tierra, su plasma se enciende y una aurora boreal cae
sobre la isla. Sí, la isla, en medio de un océano donde los cetáceos llaman a
los atlantes. Un pensamiento visionario se rompe en nuestro corazón e
intentamos recomponer nuestra casa , tierra. Mientras la tarde se hace espesa,
la calima se transforma en un alma de arena que nos caricia al momento que las
pisadas se hacen pausadas, sudorosas. Un pensamiento de que quizás te encuentre,
de que tal vez te busco en los sentidos contrarios de la isla. Levanto mi
mirada, al horizonte, la gama de colores se enquista en mi memoria y arrastro
todo el mal que poseía hacia una calma certera. Converso con los días y el
desánimo se enfrente a columnas de hielo que se derriten. Pero, me levanto
querida. Sí, me levanto y mis ojos en el hechizo de una aurora ve el reflejo de
tu silueta como espíritu conectado con mis manos. Nuestras manos, unión de un
mañana. Sí, de un mañana donde los astros cantan y la vida se agita en las
banderas blancas de la paz. Y te espero. No, no hay prisa, aquí te escribo como
anónima estela de estos días, de estas islas donde los cuerpos se mueven al son
de un sol, un sol verde, amarillo, azul exaltando la alegría. Ahora, me
despido, me envuelvo entre paredes blancas en sintonía con un letargo
prolongado sin el temor de no hallarte, de no hallarte y conversar con tus
labios.
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