El secreto. Un secreto donde las
lenguas de las tormentas atravesaban su espalda. Ella y las olas. Las olas y
ellas. Gran cantidad de dinero había pagado para ese viaje de ida, de ida y
posteriormente si las cosas salían bien de vuelta. Una embarcación la dejo a
ella y a otros en una barca donde se estremecía, donde se rompía, donde la
muerte era soga que los acosaba, los perseguía hasta no más que ser espíritus
flotantes en lo profundo y la oscuridad de las mareas. El secreto. Todos
guardaban el secreto, el secreto de un viaje de ida , de la muerte si no
llegaba a la costa. Había dejado todo y sus espaldas presas del vacío, de sus
queridos seres vagaba en sus sentidos para mantener la verticalidad. Una
verticalidad descuidada, una verticalidad rota, una verticalidad de una pena de
la agonía, una verticalidad de otros en la despedida . Un viaje de ida y una
vuelta estática en el naufragio de los sueños. Pero su deseo era verdadero, se sentía
abatida, llena de una esperanza que a veces era ráfaga inestable. Soñaba con
llegar a la costa, iba dejando atrás sus otras ilusiones. Soñaba con sobrevivir.
En su mente una mezcla de sopor y desaliento luchaba con la brutalidad , la
agresividad del mar. Un mar de espíritus flotantes en lo profundo y oscuro que
la llamaban. La llamaban y le decían regresa, regresa…vete de aquí mujer, no es
lugar para ti. La desdicha abogaba en sus cimientos y su mirada firme, neutra
solo era amparada por la mala mar. Atrás había dejado todo. Ese todo que era
ahora la nada. La nada de su vida. La nada de su rutina. La nada de las guerras.
La nada de una tumba que la llamaba. Ella, hermética, era ave que persistía en
su secreto. El secreto de su sueño. Un sueño frenético. Veía ya próxima la
costa. Un halito de esperanza vagaba en sus fatigadas fuerzas y su entereza se
elevó, se levantó donde las caracolas cantan al adiós. Pensamientos inagotables
traía su memoria. Toda una vida. Toda
una vida en la ruta de deseos y en un minúsculo espacio de tiempo se pierden y
las caracolas cantando el adiós . Y ella se durmió. Un letargo acompañado de cetáceos
en su canto de la despedida. Y ella se durmió. Ya era tarde en ese viaje de
ida.
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