Iba de mi mano. Juro que iba de
mi mano, paseamos entretenidas en las vivencias del mercado de los domingos. La
música folclórica tintineaba a nuestro rededor y nos quedamos embelesadas. Así,
como imantadas por las secuencias de esos sonidos de la isla en su ánimo, en su
motivación de una sonrisa decaída hacia unos días. De repente, al paso de
minutos. No sé u horas, fui a decirle algo y ya no estaba solo, su perfume…su
perfume de frescas lavandas. Miré a la muchedumbre y entre ella y se había
perdido de mis ojos y mis sentidos masticaron que quizás, que tal vez lo hacia
queriendo. Quedando su paso por mi vida en la nada. Pero estábamos en la isla.
Muy lejos no podría ir, la encontraría. Esos instantes en que la soledad me
invadió sentí como se resquebraja los pilares formados en este amor , que no es
amor sino una costumbre de años, una dejadez que nos suelta en medio de un
prado y no saber ser independiente. Ese fue mi temor, que fuera una corta
despedida en silencio. Los músicos terminaron y ese ruedo grupal se abrió. Ella
no estaba. Mis pensamientos se mezclaron con el abandono, los puestos seguían su
ritmo. Este era el fin. Me senté en un banco, cerca donde tocaban el grupo folclórico.
Estuve hasta que la luna beso mis ojos cansados, hasta que un gato famélico se restregó
en mis pies, hasta que los borrachos vagaban a voces no se que locura, hasta
que me quedé dormida como una más en la intemperie de una noche de otoño.
Alguien toco mi hombro, era un policía. Intente explicarme hasta que ese
discurso mío termino en el vacío. Volví a casa andando, abrí cuidadosamente la
puerta y allí estaba , la carta del adiós. Una lagrima no quiso retorcer mis
mejillas, era norma, el cansancio había durado demasiado, mucho más de lo que
esperaba. Sin embargo, esa casa olía a ella. El piano comenzó con un leve
sonido, aquella melodía triste que tocaba cuando el abatimiento nos ataba, nos
unía. Y comprendí, todo ha de fluir, no hay que depender de cada aprobación o
negación del que está a tu lado, tenemos que decirnos por nosotros míos, aunque
no valga, aunque sea tarde, aunque sea erróneo. Y nuestro error fueron todos
estos años absurdos desnutridos de vivencias, de deseos. Me senté en el sillón,
escuchaba las teclas de un piano tocado por su aroma y la he pensado, un deje
de pena me alcanza y otra vez agotado he caído en el letargo. Y los sueños me
hablaron. Y los sueños me abrazaron. Y los sueños me dibujaron de un mañana. Y
los sueños se despidieron. Ella iba de mi mano y ahora no….mi memoria es
aliento de ese tormento del ayer y despierto, y la paz sacude mis ganas en una
taza de café, sola.
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