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El
pájaro azul. Yo. El garrote. Me adentro en la cueva, la miro con la decisión de
la despedida, de un adiós hasta estaciones venideras…si vuelvo. Cojo el garrote,
su tersa madera me dice que ya he de partir. El pájaro azul cuando salgo de mi escondrijo
me espera, se posa en mi hombro. Nos dirigimos a Nor por los riscos casi , por
no decir imposible, de practicar las pisadas sin alguna ayuda. Me lanzo en caída
libre a la vez que el palo me sirve de apoyo. Prefiero así, por si quizás, por
si tal vez, tengo que volver. Voy por esos lugares donde no hay senderos,
estrangulados de maleza, de piedras y alturas difícil de llegar. Por un momento
me paro, observo la humareda que escupe la ciudad. El viaje no es largo solo la
abruptes y lo grave del terreno lo hace lejos. El pájaro azul sigue en mi
hombro, escucho un tambor, una flauta, las chácaras que me acompañan en mi
regreso. Un regreso donde las almas de los idos me amparan , me hacen vertical
en este descenso vertiginoso de los riscos. Uhm, el olor a mar me viene y me
refresca la memoria de lo que fue Nor. El ahora no lo sé, bajo y bajo hasta
encontrar la carretera más cercana a ella. La nada me rodea, no se escucha
ningún quejido, la fiebre de la ciudad debe de ser infernal. Todo es callar y
la conversación se la han dejado a los muertos. Me retraigo y recelosa observo
todo lo que me rodea, silencio. Un vació raja mi estomago y de mi ombligo derrama
la vida. Nor cerca ya y yo con la ansiedad de abrazarlo, de pisar nuevamente
sus calles ahora, ensangrentadas, con las campanadas del duelo eterno. Y qué
haré cuando llegue, esa es mi cuestión. Un interrogante que me estremece, albergando
cierto nerviosismo. Me dejo ir y este garrote donde doy un salto hacia abajo me
anima…aun me quedan fuerzas. El pájaro azul sigue en mi hombro. No se aparta de
mi en cada brinco. Y aquí estoy , he llegado a una carretera donde el polvo y la
nada la hace hermética, fría. Pienso que estaremos en invierno. Un petrificante
halo gélido se clava en mis espaldas pero el pájaro azul sigue en mi hombro. Mis
palmas sangran algo y es el esfuerzo, las ganas de ver mi querida Nor. Oh, Nor,
se que no serás la misma pero te abrazaré con el impulso de un amor que no
olvida. Sí, no olvido sus antiguas callejuelas acariciar mis pisadas. Si, no
olvido sus modernas calles visitar mis ojos. Y el baile comienza, un baile
donde cadáveres posan en el asfalto , fuera y dentro de él. El pájaro azul se
despide, de vuelta a la cumbre. El garrote me acompaña. Me hallo indefensa, lo
inimaginable estalla en mis sentidos. Me detengo, un cierto miedo me impide
avanzar. Aprieto el palo y continuo. Estar a salvo. No estar a salvo. Es una pregunta
que me es indiferente en estos instantes. Estar o no estar. Jalo de mi respiración
, inspiro y espiro…lento…muy lento. Cierro los ojos y dejo que la calma alcance
cada vena que llena mi cuerpo. No sé que decir. No sé que dirección tomar. No
sé como comportarme. Sin embargo, continuo. Las moscas y gusanos son escuadrones
del hambre, escuadrones de la miseria , de la muerte. Ya estoy en Nor, en su
capital. Estoy en sus entrañas, en la columna vertebral que lo sostiene. Ahora,
es la nada. Es un quemante hierro al rojo vivo que azota mis cimientos. Pero
tenia que estar preparada para esto. Sí, tenía que estar preparada. Unos ojos
se asoman donde los escombro, porque todo es destrucción, y me mira. Deletreo
la infelicidad, el pánico, el sórdido ruido de años soportando sobre sus
sienes, los desastres antinaturales de los hombres, la descabellada razón
humana. Me aproximo, hay en ella, en esa mirada, algo familiar. Y ese ser
también viene a mí. Es una anciana con harapos negros, con un pañuelo blanco en
la cabeza. Intento agarrar mi memoria esos ojos y son los mismos. Son idénticos
a la anciana de la cumbre. Escucho por un instante corto de tiempo el cantar
del pájaro azul, escucho por un instante corto de tiempo el cantar del amor. Me
coge de una de las manos y con su dedo sigue las líneas de la palma. Pone una
mano en mi frente y de callada manera me invite a que me siente.
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