Rápido…rápido.
Vaya jaleo se ha creado aquí a deshora, la maquina de coser heredada de mi tía
y ella de mi abuela no deja de pedalear. Rápido…rápido. A través del espejo
escucho su impulso a medida que las prendas se edifican ceñidas a un patrón de
tiza azul. Rápido…rápido…oigo desde el pasillo. Allí viene ella, con su perfil
recto, con su carácter indomable, seguro confiada de que estamos desbaratando el
vestido. Pero vaya jaleo, dice ella. Todavía no está terminado y ustedes de risas
y fiestas. Rápido…rápido niñas , que ya tenemos que irnos. No me la habrán estropeado,
la maquina de coser de mi madre. Oh, mi querida madre, pequeñita , pincelada
por una sonrisa eviterna. Siempre sonriendo, aunque las paredes fueran acuchilladas
por el hambre. Ella en la noche salía, iba al taller…al taller de su maestra y
allí tejía los más esplendorosos trajes de esta ciudad. Y algo ganaba, no
mucho, algo para sustentar a sus hijos. Rápido…rápido, que viene la tía a mirar
si esta todo bien. Nos quiere guapa. Nos quiere presumida. Mientras la máquina,
una Singer de los años cuarenta seguía en su función. Sí, una máquina de
leyendas, en ella se tejió un mapa estelar donde cada estrella era una de
nosotras y todas las noches cuando había luna salíamos de la casa de campo y
nos entregamos en la intemperie a mirar las estrellas fugaces, tendíamos el
mantel del mapa de las estrellas y con nuestros dedos jugábamos a los sueños.
Ella nos miraba, detenidamente, mientras le rezaba a san Antonio por nosotras.
Fruncia el ceño y una mirada astuta, firme y de felicidad nos decía de nuestras
aventuras amorosas. Cómo le encantaba la tía sacarnos novios. Y nosotras tirábamos
para acá y ella tiraba para allá. Solo deseaba nuestro bienestar. Solo deseaba lo
bueno de cada enamoramiento. Y ella consciente, y ella entera, y ella vertical
nos lo adivinaba. Cuando la madrugada nos cogía regresábamos a la casa con unas
velas donde la cera casi nos quemaba ante nuestro risueño. Ella se quedaba la última
, como protectora de nuestras almas y siempre alegre y vestida de negro. La
máquina de coser seguía andando, sola, sin que nadie pisara sus pedales y ella decía
, es la abuela que nos esta hablando , que nos esta saludando del más allá, de
esas estrellas que conforman el firmamento. Asustadas nos mirábamos unas a
otras, después frente al espejo buscábamos al espíritu de abuela . Niñas, a
dormir, no se miren al espejo que les roba el alma. Desconcertadas, la mirábamos.
Con severidad y picaresca nos convencía. Nos acostábamos todas en la misma
habitación en distintas caminas. De pronto cuando la luz ya no nos alumbraba
todo era silencio. Un silencio dirigido por las palabras de ellas y nuestros
noviazgo que danzaban como sábanas de algodón en nuestros deseos.
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