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Cosas
de la vida, he terminado en esta cueva remota donde los ojos de los otros son
mudos, son inaccesibles. He escalado aquí con el ímpetu dibujado en mis
piernas, en mis manos. Ahora, la retama florece en este apartado lugar, sus
flore amarillas dan una victoria a ser existencia. Siento mi cuerpo ascender
donde las guerras acabadas, las armas extenguidas acosan arrebatadamente a la
mente humana. Y soy humana, me considero en este reducto de belleza una
privilegiada aunque a veces esta soledad torture mi conciencia. Me he quedado
desterrada, no volveré hasta que los gritos del horror callen. Y cuando regrese
veré una atmósfera ensangrentada, inmersa a un mortifero perfume de muerte. Muertos
encogidos, esparcido por toda esa ciudad. Esa perspectiva me retrae, produce
una cierta tristeza que clava agujas ardientes en mis pasos a seguir en el
mañana. Un anciano se lamenta, un lamento surdido estremeciendo cada una de mis
extremidades. Un anciano se lamenta, un lamento que le hace verter sus manos a
la cabeza en la incomprensión. No, no comprende el repetitivo pulso de las
guerras, se condiciona en que nada ha cambiado y sus ojos se rajan cuando las lágrimas
es sequedad hirviendo en su tez marcada por el sufrimiento. Un anciano se lamenta,
un gato famélico maúlla acorde a su dolor, se restriega en el y el lo acaricia.
Un anciano se lamenta, un anciano de huesos y harapos pegado a su pellejo. Somos
mezquinos, la huida hace esta mezquindad como hija de esta tierra, como hija de
los océanos donde los cetáceos no cantan sino gimen. Y oigo ese gemido cuando
la mañana se presenta en esta pequeña isla de Nor. Nor, mi isla. Sin embargo,
los pinares están ahí, creó oír aquí, ahora un pinzón azul pero no es el llanto
de los ballenas. Un anciano se lamenta, sigue con ese gato famélico. Un gato
que ya no puede cerrar los ojos. El sufrimiento llega a todos…a todos. Y he de decir
que sufro. Está es la condena, ahora, en el amanecer de un nuevo día. Hoy vendrá
la lluvia así se avisa cuando se ven claramente otras islas desde aquí, desde
esta cueva que me protege. Y vale la pena protegerse, me pregunto. Siempre
aspiramos al vivir, aunque esto será efímero. Solo, de paso…estamos de paso. Todo
es tan breve y mis ojos caen donde la derrota de los hombres cercena la ilusión
del final. Y vale la pena, vale la pena seguir cantando ante tanto y tanto
desastre. No quiere decir un canto alegre, mi canto ese de agonía, un canto que
como los cetáceos gimen a la oscuridad humana. Pienso que la normalidad
retornará. Al principio seremos mejores pero con el paso de las estaciones todo
se repetirá. Una normalidad donde un beso será flor abriéndose a un nuevo punto
de vista de afrontar esta realidad, la realidad de las batallas inconclusas.
Unas gotas caen, me dejo mojar, dejo que este recinto natural me entregue algo
de su espíritu pacificador del exterminio de la razón.
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