Ecos. El derrumbe de una tarde de
invierno. Cansancio. El nutrir de un nocturno que con la sutileza de una balada
lejana se asienta en los sentidos. El instante. Lo efímero. El resurgir de
palabras que son refugio del deseo. Palabras silenciosas, frágiles, presentes
en el circular por las vías del cosmos, de las enamoradas , de los enamorados
del amor imperfecto. Una plaza vacía, las hojas invisibles, el chasquido de un
viento gélido y la presencia de su sombra, de unos ojos inclusivos en mis
ojos. No callamos, conversamos en un
lenguaje ajeno al entendimiento de otros. Ecos. El derrumbe de una tarde de invierno.
La nota musicada de un pedazo de mi , de ti. Es el tiempo. Es la hora. El dormitar
de la herencia de los sueños. Aquí. Ahora. Tu y yo…yo y tú en el auge de las
emociones. Nueve de marzo del dos mil veinticuatro, retornamos a la casa, una
lluvia fina nos alumbra. Cruzamos la frontera y el beso se hace presente en este
instante, en un efímero deseo sumergido en lo hondo del placer. Llega la noche,
una noche fría. Paseamos donde las miradas se despiden, donde los cetáceos
cantan.
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