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Cierro
la puerta. Cierro las ventanas. El móvil suena y esta vez lo cojo. Una voz
conocida llega a mí. Una voz que me pregunta como estoy y yo respondo. Un amor
viajero a tierras de lo imposible. Es impertinente y desea verme, intento
escaparme , huir donde los astros dicen que ese no es tu destino. Sin embargo,
quedamos. Sí, una cita a cierta hora en la cafetería de un hotel. Me miro al
espejo, aun soy joven, aun una chispa de realidad se almacena en mi mente y
puedo presentarme en la aventura del tal vez, que no es un tal vez, es una
dejadez. Y porqué un hotel, no quiero bajo mi techo algo que no fue y que
quizás no pueda ser. Este espacio eclipsado para cada aventura, para cada singladura
donde la palabra amor, sin ser amor, lo ponen delante. Y prefiero esperar. Y
elijo otro lugar, otro momento, otro tiempo donde me sienta libre de mis
miedos. Porque es cierto que siempre existe temor, más con los años que me ha
tocado girar y girar. Y porqué tan distante, un hotel, a las afuera de esta
ciudad. Mi soledad es mía, mi verticalidad también. No me queda mucho tiempo,
me ducho y salgo. Me quedo en la parada a esperas que pase un taxi y lo voy.
Voy a ese hotel. Un hotel donde la frondosidad de la naturaleza brinda por la
tierra, liado de flores, de arbustos, de árboles dándome la bienvenida en su
entrada. Mientras, pienso, no tuve que coger el teléfono. Pero basta ya, no soy
una niña y la pesadez constante de su llamada me atrae sin saberlo, qué
guardara. Entro, de espalda en un rincón de la cafetería visualizo una imagen,
no ha cambiado, me acerco por detrás y digo hola. Cuando nuestros ojos inciden
unos vastos recuerdos me anuncian el ayer. Cuando nuestros ojos coinciden un
estremecimiento balbucea que no. Que no, que esto es una pesadez, que ya no
puede ser. Todo cambia, todo fluye de manera eficaz hasta ser otra. Y ahora soy
otra, con los mismos ojos, con las mismas manos, con la misma voz . Somos
distantes, me siento, le doy un beso en la mejilla y por un largo minuto
silenciamos nuestros pensamientos. Somos corrientes de la distancia, eso razone.
Y no , no , todo no es igual. Quien hablará primero. Rompo este casquete de
hielo entre nosotros y comento algo. Un algo totalmente absurdo, normal en las
conversaciones vacías de amor, de cariño fugado en el alejamiento. Y todo
cambia, como cambia el clima, como cambia el plumaje las aves, como cambia las
mareas, como cambia lo que vemos ante nosotros. Circulamos sin precipitarnos,
sin ser ese acantilado donde todo cae y nada vuelve. Todo cambia, nuestras
sensaciones y es que han pasado muchos años, estaciones donde cada una a sembrado
lo suyo y las vivencias remotas a la sabiduría de cada una. La conversación
llega un momento en que un halito de esperanza vuelve y yo con mi independencia
y su existencia con su experiencia nos hace respirar , nos hace caer en campos
donde la nada habita en lo intimo de nosotras. No, despliego mis alas y surco
cada instante del pasado, cada error, cada secuencia y esos momentos me
reprime, me dice vete. Almorzamos, calladas. Todo cambia, todo se clarifica y
el aprecio es no más que un guiño explosionando en este sitio, donde la naturaleza
prende lo que es suyo. Me levanto, voy al baño. Allí me miro en otro espejo, me
siento y aflora en mi la dejadez, la desgana, lo invalido que es este instante.
Nada es similar al ayer, envuelto neblinas que me hace difusa mi despertar del
hoy. Miro por la ventana del servicio, unos pajarillos cantan, los observo, la
paz de este territorio donde estoy presa es indiscutible, es magnífica.
Retorno, me siento y de nuevo nos miramos como si un puñal hubiese atravesado
nuestro pecho. Todo un adiós.
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