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Mi casa. Todavía
la noche. Todavía la soledad. Todavía el regresivo encuentro con mis ojos,
frente al espejo. Mis canas. Mis pechos caídos. El agotamiento del trabajo. Mi
piano. Me siento, aunque los músculos me dictan has de reposar. Mis manos
deslizándose lento y monótono sobre las teclas. Una melodía, un poema y la
dejadez de la conciencia. Mis parpados se condenan a un eclipsar tatuado de
serenidad y me dejo ir en mis pensamientos. Regreso con este cavilar al
hospital, mido tramo a tramo todo lo que hoy he realizado, tanto lo que esta
bien como lo que he errado. Me supero y me entrego donde los sonidos del
silencio se agolpan en una pequeña pieza. Así compongo, mis deseos se tañen en
un álbum donde mi música se sienta tranquila, cómplice de mis horas en esta
habitación donde habitan instrumentos. La casa es grande, cada cuarto guarda un
secreto que solo dan lumbre cuando mis piernas cansadas entran y se entregan. Todavía
la noche. Una noche de invierno donde las olas callan solo, el murmurar de la
mar. La mar, un mar con nombre de mujer. Me levanto y me desvisto, estoy en la
ducha y dejo el agua correr, un agua tibia, un agua que me da todo lo que
necesito acariciando cada poro de mi entereza. El móvil suena y no lo cojo,
dejo que el agua correr. Correr donde los sentidos despiertan de igual manera que
los recuerdos. Y ahora recuerdo, sí, ese amor. El único amor esparcido entre mis
desastres. Ya hace muchos años ¡Los años¡me han derivado en la desgana, porque
soy yo. Yo, yo misma inquiriendo este aislamiento. Vallas de aceros de
desperdigan en mi derredor y me niego que bajo este techo surque otro aliento,
otras manos que no sean las mías. Hace tiempo que hice la maleta, hace tiempo
que dije adiós, hace tiempo que me he acostumbrado a esta cultura del silencio
de mis labios, de mis sentidos. Mi casa. Mi piano y el acompañamiento de notas
que brotan de la insonoridad de los días, de las semanas, de los meses. No tengo prisa, la celeridad de cada movimiento
se evaporó cuando mi mirada se pierde en el vacío. Y puede ser que algún día
vuelva amar. Y puede ser….. Y puede ser que mis alas de mariposa levanten
cabeza y sienta algo extraño en su vientre, esa extrañeza que llamamos amor. Mi
piano. Mi yo. La noche. El susurro de un frío que se avecina. Siento frío. Me
levanto y el espejo. El móvil suena de nuevo. Me pongo ante la ventana, un
cierto olor a rosas penetra desde el jardín y la ciudad somnolienta asume su desánimo
de continuar. Las estrellas colonizan el firmamento, medito. Son brío
espectacular con esa belleza perfecta de las noches de invierno. Pido un deseo.
Sí, un deseo. Deseo que paz restaure todo este mundo llamado tierra. Muchas
guerras eternas y el invierno aprieta. Muchas guerras en que los inocentes
adolecen a cada golpe de un bombardeo, de ese avance áspero, dañino, insensible
de los armentos. Guerras estúpidas creadas por estúpidos, por febriles mentes
aferradas a su ego. Enciendo la tele, paraíso que enjaula cada imagen
sangrienta, ahora, en directo, vemos lo destructivos que somos. El hombre no
cambia por mucho que pasen los siglos, seguimos estando estancados en un
retroceso de la mentalidad, de la manera de hacer el mal. Imagino alguien débil, caminando entre
escombros , gritos y dolor. Y ese alguien no comprende, no quiere comprender el
porqué de tanto y tanto desastre. Camina solo, herido, con la tez polvorientas
donde sus lágrimas se han secada dejando en su rostro un dibujo del horror
entre sangre y polvo. Temblor y el adiós. Las raíces de la tierra emanan un
manifiesto ante los necios de esta esfera. Un manifiesto donde se desata el anhelo,
la esperanza ¡Ay la esperanza¡Que venga con amor. Que venga con olvido. Que
venga con propósitos de un mundo mejor. Aquí cabemos todos y tenemos los mismos
derechos, la dignidad humana. Sea cual sea tu punto de origen, tu punto de
ideales. Temblor. Respeto. Mi piano y la dejadez de mis pensamientos, de esta
memoria mía que estas horas me atraganta, me corta la respiración y aspira de
mi en una larga y contenida pena. Mi piano. La noche. El cansancio.
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