Noviembre, hace frío en esta
casa. El viento de norte no viene. Las ojeras descansan en sueños plomizos y la
intemperie de los sentidos se vuelven aliento donde la queja se disipa en el instante
de un bello crepúsculo. Noviembre, las paredes arañan mi pecho y mi pulso se
vuelve lento como las jornadas alargadas en las nubes cenizas que escuchan
nuestros deseos. Y sin querer respiro y exhalo cada punzada que agarra mi
garganta. Y sin querer abro los ojos y frente a mí la marea del mañana. Sola,
con el quehacer cotidiano, vago por cada habitación donde sus paredes dibujan
sombras de una despedida, de un adiós. Y sin querer me vuelvo frente a un
espejo y me observo, los años bailan con los deseos y bailo donde las hogueras
emanan las ganas, las viejas conversaciones con la verticalidad de los días.
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