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Toque
en la puerta del faro o mejor dicho tocamos. La gaviota tras su vuelo con la
luna esplendorosa había vuelto a mí, a mi lado. Ella me observa como se observa
a alguien que es su alma protectora. Nadie abría. Solo el rubor del oleaje
llegaba a nosotros, gotas de un mal enfebrecido salpicaba mi rostro. Pero sabía
que donde estábamos nada nos ocurriría. Toque de nuevo y el silencio de adentro
llegaba a nosotros. La puerta de metal estaba oxidada e intentamos abrirla. Y
la abrimos con el chirrido de los años, de los siglos que había estado colocada
ahí. Adentro era todo oscuridad. Entramos y llamamos…Uhm el olor. Se mezclaba
con las aguas y el océano y cada ser viviente en sus entrañas y cada espíritu
dejado al ritmo de la marea. Yo Suam tuve una visión…la visión de barcas
hundidas en la infinitud de la esperanza, de tumbas acorraladas en el anonimato,
de hombres , de mujeres, de niños luchando contra la monstruosidad de la pesadilla
de que el viaje a llegado a su terminó. Un mar de muertos. Un mar que ahora
roja especies por la sencilla razón del desequilibrio de nuestras manos. Y ahí
están, en la orilla donde las caracolas danzan un llanto a la sin razón. Yo
Suam mire a la gaviota. Nos adentramos en el faro. Llamamos al farero, pero no
respondía. La oscuridad me hizo tropezar y caí al suelo de bruces. Descubrimos
que el farero había fenecido. Dimo luz en su rostro se podía escrudiñar un
cierto alivio y una leve felicidad. En su derredor había una aglomeración de
papeles que como pude comprobar estaba escrito a mano. Pudimos ver que sobre su pecho había una nota,
un papel más. Tirarme al mar. Sí tirarme donde las olas rompen con las rocas
en este faro cuando mis sentidos, muertos, vaguen en otra dimensión. Tirarme al
mar, a ese mar mío que me vio crecer y me consagré a el toda mi vida. Tirarme
al mar , al mar de los ahogados, al mar de las sonrisas, al mar de los viajes,
al mar de los cuentos, al mar de los amantes, al mar de una historia porque mi
vida es paralela a él. He reído, he llorado, he desfallecido, he renacido en
cada movimiento de su cuerpo, de su alma eterna. Un verdadero sentimiento
me sobrevino, no sé porque nos pusimos con los preparativos. La gaviota me
miraba y me miraba y con sus ojos negros me daba aliento ante el proceso de
llevar a este hombre al océano. Me senté y medité, mejor sería por la mañana
cuando las luces del alba despertarán la claridad. Lo examinaba en su muerte y
una sensación agradable transmitía, emanaba de su cuerpo. Yo Suam esperé hasta
el crepúsculo del día. Yo Suam estuvo toda esa noche ordenando los papeles manuscritos
que estaban a su alrededor. Yo Suam y la gaviota sentimos paz mientras su
presencia estaba ahí, a nuestro lado. No lo temíamos encerrados en esas paredes
como fortaleza, como cronista de toda isla.
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