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Estamos
y no estamos. Llegamos cerca de un muelle…un muelle en la inmensidad de esta
Europa. No nos dejan arribar, echar anclas para estirar estos cuerpos sumisos
en una profunda consternación. Un sórdido impacto cala en nuestra razón, en
estos huesos que sean se parte de tierra. Y es que ha estallado la guerra y
nosotros somos para ellos esa pesada carga que se anquilosa sus cavilaciones.
Somos ahora de un extraño vestido de miedo, vestido de una Europa que nos
rechaza, que nos teme como rarezas a sus vidas, como un estado de alerta ante
el cambio que podamos hacer en ellos. No, no nos aceptan. Nos prohíben el paso
y en medio de un océano tormentoso nos quedamos. El barco se mueve en la
atmósfera de una asfixia e incomprensión. Somos ahora ajenos a su cultura, a su
sociedad, a su todo. Somos emigrantes que apuñalan cada una de sus vidas, eso
creen. Voy fuera, llueve con la espesa niebla de la tempestad. Una tempestad en
una noche de verano. No hay nadie, pero escucho los gemidos de lo atroz. Alguien
posa su mano sobre mi hombro, se de quien se trata. Y esa mano entrega el poder
de la ilusión, de una imagen donde las flores revueltas se lían a mis pasos,
calmos. Respiro en estos instantes un ambiente de funerales por mi tierra, no
tan lejos, no tan cerca. Pero, amada. Para ellos somos el eco de lo que viene.
Y lo que viene es feo, es maléfico. Pero, nosotros, transeúntes de un crucero
infla desconfianza. Las batallas son así, siempre lo ha sido ¡Ah, este mundo inacabado
¡cuando aprenderemos. La rigidez de nuestro carácter ante lo desconocido, ante
lo de afuera, ante esa gente dícese extranjera nos enjaula en un aprendizaje
sin contexto. Y tenemos un contexto, como la mano que se posa en mi hombro,
como la tempestad que nos hace peligrar la existencia, en este mundo. Ahora,
las palabras no son importantes, los actos sí. Y este acto de este país nos desconcierta.
Ahora, veo claramente ese niño comiéndose un bocadillo en las ruinas. Para
ellos somos la ruina de sus ideologías. La mano tira de mí y yo quiero saborear
esta tempestad, donde el oleaje se vuelve avaro de las vidas, océanos de anónimas
muertes. La mano me lleva con ella y yo con el frío de estar mojada me carcome
las carnes, penetra en mi interior y siento un halo de amor que me envuelve. La
mano me lleva a mi camarote y el barco desvanecido intenta ser lucidez de la
verticalidad. Para ellos estamos y no estamos, somos el tropiezo de sus
errores, somos el resonar de un mañana que tal vez, que quizás cobre vida en
ellos. Y el lamento escala donde mis sentidos llama a la estupidez humana.
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