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Tocan
a la puerta. Contesto. No, no necesito nada y remito a esa ventana que da al
paraíso de los lobos del océano. Tocan a la puerta. Contesto. Un callamiento se
hace eco en este camarote, en esta ventana donde la despedida se aploma. Tocan
a la puerta. Vuelvo a contestar y el silencio es tan sonoro que presiento de
quien se trata. Me retiro de la ventana, de esta vía láctea por donde surcamos
y abro. Su mirada acaricia mi mirada. Mi mirada acaricia su mirada. Unos ojos
más allá del azul de las mareas, de un cielo sin nubes se asienta en mí. En
ella persigo su tristeza, esa pena recóndita que retuerce más allá del estómago,
del corazón. Ay, el amor. Amor del alma mía le digo. Estás otra vez aquí, en
esta renuncia mía de las aglomeraciones, de los apresurados pasos de los extraños
que ondean este lugar de la tierra. Ay, el amor. Amor del alma mía, la luna
dice de un sitio donde el abrazo es equilibrio entre los humanos. Abrázame,
amor. Ay, el amor. Amor del alma mía, abrázame. Llámame cuando me necesites, no
solo estamos para los buenos ratos sino también cuando las penas ahondan
nuestras arterias. Ay, el amor. Amor del alma mía adivino como vamos a la
deriva. Una deriva pronunciada por nuestras manos. Ay, el amor. Amor del alma
mía, unámonos, seamos esa vertical acantilado donde las aves vuelan en
libertad, con la mudez del temblor de la tierra. Una niebla se aproximo amor
del alma mía. La ventana es velo que oculta lo de atrás, el destrozo de las
manos que pisan esta esfera. Un olor grave a putrefacción anuncia su muerte,
sin embargo, demos aliento a este planeta en el confín del universo. Ay, el
amor. Amor del alma mía, tus ojos rasgan secuelas, ahora, que te has
desmaquillado y eres natural. Y hace falta un abrazo…muchos abrazos para la
continuidad de la vida, del contento. Observamos como todo cambia y es que todo
cambia. Sufre una variación que nos emancipa de la realidad. Y la realidad
amor, amor del alma mía es tan difusa, es tan consecuente a nuestras acciones. Ay,
el amor. Nos abrazamos, nos entregamos en este buque en una zona remota para
nuestra razón. Y escucho el aleteo de esta niebla densa, grotesca que nos
detiene. El barco para. Nos estancamos donde los hielos mueren, donde la noche es
asesinada por los agujeros de nuestros modos de hacer. En Europa hay guerra.
Ay, el amor. Amor del alma mía, no me digas más, te entiendo ¡Qué carajo culpa tenemos¡Entra.
Y entra, con la belleza imperfecta de los cuerpos que se rinden ante lo
prohibido, ante la renuncia del que dirán, ante la lentitud de este instante.
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