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Me
lleva, me atrae. Una especie de magnetismo que consolida en nuestras manos bien
agarradas. Descubre donde su cuerpo se cubre sábanas, sábanas blancas y su mano
me invita al auge de su hoguera. Una hoguera donde la belleza de sus ojos
corretea en los míos. Sí, porque son bellos. Aquí, en este viaje, donde todo lo
conozco y desconozco a la vez. Aquí, en este viaje, donde el universo aletea el
aliento perfecto, el aliento de la dejadez humana. Nos tumbamos, así, en la unión
de dos cuerpos como derrotados, como preciso en el imperfecto movimiento del
sudor. Nos queremos, como se quiere un pequeño instante que pasará a ser una
leve memoria en nuestro mañana. Lo callado se cuece y somos resonar del jadeo
cuando lentamente hacemos el amor. Y ya no queremos más nuestros ojos,
desviamos la mirada por la ventana del camarote y un firmamento al que
pertenecemos nos augura buenos vientos. Nuestras manos se lían, se enredan en
el hilar de una conversación huida y ello produce cierta confianza. Nos
olvidaremos, recorremos nuestros mundos como exorcismo de una noche donde los
hielos se perecen. Como perecemos ahora, en este agotamiento de nuestros
sentidos. Derrochamos todo aquello preso en nuestro vientre, todo aquello resentido
en nuestro espíritu y somos ….eso somos. No más, somos dos almas perdidas en el
abrazo, en la caricia cuyo ruido se consume con el paso de las horas, de los
minutos, de los segundos. Y nos besamos, una lengua que se pega a otra lengua.
Y esto es el culmen de la vida, de la vida cuando la zozobra marca nuestro ritmo.
Por un momento nos detenemos, miramos a través de la ventana, una ventana que
nos dice de una noche estrellada, de una noche donde la luna es baza que hemos
de admirar, de una noche donde los amantes se esparcen en un apartado callar. Y
continuamos, cuerpos inagotables en el curso de nuestros caminos. Somos el todo…somos
la nada. El crujido violento de la ruptura nos sobreviene. Y seguimos, seguimos
donde lo imperfecto es quejido de cuerpos que se desean. Su mano. Mi mano.
Nuestras manos. El amor ¡Qué será de el¡ del amor. Habrá después algo, no lo
sé, sin más nos entregamos a la cima del éxtasis por puro deseo. El deseo arma
blanca, de terciopeladas nubes que nos hace soñar y soñaremos. Aunque exista la
brevedad, aunque nos consumamos en estos instantes.
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