12
Llegamos
donde el equilibrio y el caos surge de la nada. Estamos en un océano que no es
el atlántico, recalamos en el polo norte, con un mar de hielo. El sonido está
apartado más allá de nuestra memoria. Sí, su sonido, su ruido. Un ruido donde
el atento silencio del asombro hace de este territorio un lugar único. El barco
avanza, rompe despacio esos cascotes de hielo superficial mientras adentramos
en este mundo. Un mundo al margen de lo habitual. Y su sonido ¿cómo es ¿es cómo
el dolor de la madre tierra ante un duelo, ante un canto callado fúnebre. La
atmósfera se blinda de gelidez, sin embargo, este frío atempera las sienes, los
pensamientos. La nada discurre aquí ¿Somos la nada? Una oquedad, un vacío nos
hace espacio para entrar en sus carnes blancas, azules, grises con el aliento de
una brisa que cesa. Y la pena me viene, cuando descubro, cuando descubrimos que
todo esto se está perdiendo. Esta forma de la tierra de ser perfecta, de ser
bella, en su ensordecedor silencio, en su moledora nada. Mis ojos no se van,
quieren seguir mirando lo que algún día será tragado por las mareas. Y qué será
de sus vidas, de cada especie que aquí habita…la muerte. No hay cambio de
sentido, vamos dirigidos a una devastación masiva del reino natural y ello
conllevará muchos conflictos, batallas interminables en la soledad de este
joven mundo. Caminamos sobre el hielo, una impresión indescriptible,
irrepetible. Nada de vida, solo el ruido del silencio, solo la danza de alguna
que otra orca. Un hielo que se derrite descompensado las existencias. Dicen que
el humano es el animal más adaptable que existe, razón hay. Con el simple hecho
de mutarnos a medido que el clima cambia. Pero ese cambio no será igual para
todos, se desarrollarán nuevas guerras, caerán los sistemas sanitarios y la sociedad
será condenada por los que lleven el poder. Habrá más trafico de personas en la
huida de lo indecible. Y es tan grandioso y bello a la vez este lugar que logra
alcanzar una perfección extraña. El sonido de la nada, del silencio, solo el
movimiento que rompen las placas de hielo. Catedral blanca en el fin de la
tierra. Catedral cuyos pilares se sienten temblar. Y un temblor escruta mis
manos. Mis manos sobre sus manos, sobre esa mano que me acompaña a medido que mi
admiración por este planeta especial aumenta. Y este sería el templo por que tendríamos
que rogar. Si, suplicar que se mantenga en su verticalidad sino consecuencias estropearan
cada una de nuestras pisadas por este mundo, el planeta azul. Sueño, despierta,
con esa mano apoyada en mi mano. Sueño en un despertar, en una esperanza de que
todo esto se mitiga y solo sea una mala pesadilla, un presentimiento roto en los
ecos de un grito. Estruendo, observo como cae el hielo, como montañas se
desploman para ser una parte más de este océano, una parte más de esta muerte.
De esta muerte lenta…peces reventados, mamíferos en el sótano de la ida. Y
después, la nada. Mantenemos la vista. Mantenemos la respiración. Mantenemos
nuestro estomago herido y luego el dolor…el dolor del adiós. No, nos miramos.
Somos culpables y una cierta vergüenza asoma por nuestras ojeras. Me agarro a
esa mano y un dialogo es fuente que nos continúe, que nos da ánimo mientras, esta
embarcación continua su ruta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario