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La
cena. La cena de la bienvenida a este rumbo donde confluyen seres extraños para
mí. Me siento alejada de todo el murmullo, quiero tranquilidad, quiero un
silencio apegándose a la sangre que corre por mis venas. Hablan y hablan. Me
restauro en un pensamiento. Un pensamiento aquellos queridos seres que han sido
participes de mi vida. No siento apego, la paz ronda mis sentidos y me levanto.
Me marcho al camarote quiero despedirme de la isla. Quiero como se va
ausentando a medida que este barco avanza a otras tierras. Se dice que todo mal
lo limpia el mar. Se dice que la purificación de un alma entra en calma cuando
por el cruzamos hasta lugar. Mis muertos vienen, me visitan y me hablan. Los
siento, están latentes en mí. He traído sus cenizas para esparcir en la borda
cuando nadie me vea…cuando nadie me vea. Tocan a la puerta de esta caja, abro.
Está todo bien señora, me dicen. Yo asiento y le digo que no necesito nada. Me
siento en la cama y desde ella miro por la ventana que da a esa isla lejana ya.
La noche se anticipa, luciérnagas danzantes se mueven en su difuminación. Me inquieta un lamento. Un lamento abrumador.
Pero ellos están conmigo, sus cenizas. Quiero que sus espíritus descansen en
paz, por ello, me los he traído. Desde la ventana el cielo conforma una masa de
estrellas espectacular, maravillosa. Mis ojos intactos, quietos son fijación y
respiro una resignación, un equilibrio que ha sido misero en estaciones atrás.
Es como una liberación, es como una limpieza escoltada de estos restos en sus
urnas. Magnifica noche, salgo. La cura está en desprenderte de todo lo que se
ha amado, solo los sueños irán recordante, trayéndote a esos amados, amadas.
Estoy en la borda, mientras el jaleo de la cena se escucha. La brisa pisa
fuerte, esta autopista de agua y sal está en calma y respiro. Sí, respiro lo
que no he respirado en mi vida. Siento pasos, alguien se aproxima a mí. Es el
mismo chico de antes, me pregunta lo mismo. Nuestros ojos jadean algo tristeza,
algo de cansancio. Y le contesto que sí. Quieto, me mira, extrañado a la vez
que no este disfrutando de la comida con el Capitán. Se aleja, comprende, que
quiero estar sola. Saco las urnas de una mochila. Y soplo, la esparzo al
grandioso océano. Las estrellas me vigilan, el muchacho también. Comprendo que
algo no le gusta de mi actitud. Y soplo con estos pulmones con la fuerza del
amor, de ese querer que se despida en la más eterna armonía. Ahora, descansan,
me digo. Ahora, se mecen en las mareas. Observo delfines bailando al son de
esta buque. Observo esa sonrisa, que no es sonrisa, pero yo quiero que sea
sonrisa que me acompaña. Cierro los ojos y ellos están presente en mí. Miro el
firmamento y sus figuras con halo entre azul, verde y blanco se forman como
otra constelación. Constelación para mis ojos. Constelación que me protegerá en
el curso de mi destino....CONTINUARÁ
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