Amanece, una densa capa de
nostalgia recorre su memoria. El, incrustado en la ventana cabalga en el olor
de calima. En esa cobriza atmosfera que nos ata a la quietud. El, descubriendo
el nacimiento de una nueva jornada. El teléfono suena y no da ganas de
descolgarlo. Se siente sin fuerzas y es empujado a los lagos de su ayer. Se
vuelve, se mira en un espejo donde luce corpulencia huesuda. Los años pasan,
los espíritus se apropian de todo su yo y converge donde las almas dan un chillido
a la vida. Circulo de pájaros ondean su cuerpo. Primero una, después otra. Una
picazón repetitivo se vuelca en su espalda y se viste y sale de su casa, solo.
Con la sonrisa de una marea que invita a ser parte de ella. Se sienta en la
avenida de una playa, de una isla, de una Europa corroída por infarto de las
guerras inacabadas, repetitivas. El escozor se le acentúa y estático recrea la
vivencia en un campo de seres desolados por la hambruna, por el terror. Piensa en
sus recuerdos, en su ahora, en su ya. Qué será de ellos, una paridad de
navegantes en tierras del vacío, del dolor. Se quita la camisa, tiene plumas en
su espalda. Un hombre con alas grises donde la oscuridad humana duele. Y es que
duele. Duele tanto el desorden de las mentes, de las acciones, de los egoísmos a
que hemos llegado. Amanece, el lo ve. Todo es lento y una corazonada del cambio
emerge en sus ojos lagrimosos. Se levanta, eleva sus brazos. Quiere volar. Sí,
desea ir donde lo insano perturba a la existencia Qué será ¿Qué será de ese
mañana? De esas criaturas que ahora viven entre la venganza y el imparable y el
desmesurado bombardeos de sus sienes. Y mueve sus brazos y siente que en este
amanecer vuela y vuela. Se desquita de ese suelo que pisamos. Las olas trotan
con cortesía, con una calma exacta. Amanece y el hombre de las alas grises
quiere abrazar, quiere ser sombra de aquellos donde la sepultura en vida ese
bien segura. Mira el horizonte. Mira abajo. Un mar luciendo su belleza. Un mar
plano al ritmo que las ballenas gimen.
Serán lamento hasta que la tumba los evoque. Serán seres de la nada,
desnudos con el viento tirando a los sueños rajados. Amanece y su vuelo se hace
alto, por encima de cada horror, por encima de cada error del ser vivo. Pasa
donde el universo se vuelve oscuridad blindada de astros donde la esperanza a
lo mejor lo saludará. Desde ese empecinamiento de la lejanía mira al mundo. Un
llanto, una muerte, una ruina y el comienzo de nuevo, otra vez empezar. Todo se
repite. Todo dura. No, no aprendemos se dice así mismo. La incomodidad lo asalta
y vuelve a esa avenida, y vuelve donde el ronroneo de las olas lo llama. Fijo,
extiende su mirada al horizonte. Tristeza. Devastación. Silencio.
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