Los días presumen de
lluvia, una primavera donde las florecillas tiznan las carreteras insonoras. La
pisada se hace densa, pesada. El sudor, prieto, se expande en una embelesada
luna. Y caemos, en fosas donde la luminosidad se expande al mañana. Un mañana
donde la palabra es seña de nuestra identidad. Estamos, somos, sostenemos las raíces
de la madre tierra con la ventisca de nuestro impulso, un impulso agresivo. Y
la tierra despierta. Y la atmósfera se vuelve insostenible, solo para aquellos
que no creen…el no creer de un sol que enciendan los caminos del mañana.
Amanece, nos consumimos en la dilatación de nuestras emociones y amamos por
amar. Que todos esos amores o querencias, me es igual, se cultiven donde las
olas mecen los sueños. Y sí, es sencillo amar, amarse, enamorarse de los
vestidos de la naturaleza humana mientras despertamos. Un despertar lento, tan
lento que el café se enfría, que el cigarro se apaga hasta consumirnos en la
ensoñación, en deseo de ser y querer la belleza de las miradas. Y esto es que
porque me da la gana. Si, me da la ganas de amar, de ser amada. Reflejarme en
un espejo y verme envuelta en su cuerpo, su cuerpo esculpido al son de los días.
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