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Despierto.
Un aliento de soledad ronda las aceras. Día X de YY del 2020. Un virus se revuelca en la
respiración atenta, pausada. Inspirar y espirar, espirar e inspirar. Aplausos
aquellos valientes que demuestran sus ojos , sus manos a esta batalla que hay
que afrontar. Despierto. Miro desde mi ventana, el ambiente se vuelve estático,
hermético, consolidando la lucha. Un baño de agua caliente se
enhebra en mi desnudez, en vertical. Despierto, la cura se frota en los cuerpos
andantes del mañana en una atmosfera embelesada en las ganas de sonreír.
Despierto, el cielo está nublado, el frescor penetra en mi rostro y
me enderezo, sorbo un café, un cigarrillo y lo cotidiano se vuelve techos donde
las pisadas se repiten, se atañen a una cierta tristeza, a una cierta voluntad
de ser vuelos altos de los sueños. Despierto, voy al trabajo. En el vestuario
con el frío imperial me cuelgo el uniforme. Hoy tengo de servicio doce horas. Sí,
doce horas donde la enfermedad son campanadas a la desesperanza que estos días
tañe. Me lo pongo azul, un azul que se ciñe al equilibrio. Llego a la planta
donde están ingresados los enfermos de covid. Me dicen como tengo que vestirme,
como ponerme la bata, la gorra, doble guantes, la fp2, las calzas y por ultimo las gafas. Para resumir
el EPI. Esto dicen que aisla de la enfermedad. No más entrar sin mediar palabra
alguna cojo una bala de oxígeno, me viste con el incipiente de la tensión. Me
es igual, un hombre de mediana edad jadea, suda, no puede respirar. Médicos,
enfermeros y auxiliares están allí, intentando salvar la vida. En silencio y cada uno con la mirada extenuante lo llevamos pasillo en cama a la UMI.
Nuestras miradas dicen del agravio que sufre nuestro sudor, del espanto de
estar bien y en un pequeño instante de tiempo pasar al coma inducido. Lo entuban,
en la UMI, me piden materiales a los que no puedo responder y me siento impotente.
Volvemos a planta, la enfermera y yo, con la bala de oxígeno, ya sin el EPI.
Nuestro paso es acelerado, con el silencio en las espaldas, en los ojos. La verdad
que esta unidad, con la está cayendo es veredicto del equilibrio. Salgo, la
noche corroe mis venas, la nada en las calles. Regreso a casa, ante mi se cruza
un perro canelo. Me suena, donde estará el anciano que lo acompañaba. Son
tiempos de lamentos, un lamento que se huele en cada pisada, en cada farola que
aparenta ramas viejas, deshabitadas de hojas, de esperanza ¡Qué marchita se me
hace la noche¡ Cuando llego al piso bebo y bebo agua. Una sed que viene de cada
desgana, de cada temblor, de cada muerte en día a día. Sudarios cubriendo cuerpos
de destino incierto. No, no tocar. Cuerpos encapsulados como desheredados de
una despedida. No, no tocar. Meto el uniforme en la lavadora a su máxima potencia
y observo como gira y gira. Así, como la vida, da tantas vueltas y
evolucionamos tantos…tanto, que nos han puesto a prueba. La peste del siglo XXI.
Una peste que ha tocado a los países desarrollados, una peste que nos hace
endebles, débiles ante su grosería. El campo de refugiados a quedado atrás y de
ellos…de ellos que será...CONTINUARÁ
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