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Calma.
El todo es la calma. Paredes que estrujan los pasos rutinarios hacia una luz
del crepúsculo. Silencio. El todo es el silencio. Calles solitarias, algún
ladrido y no más. Aislamiento. El todo es el aislamiento, cuerpos moviéndose en
torno a las manos caídas, a las manos lejanas, a las manos ahuyentadas. Y aquí estamos, corriente gravitando
alrededor del murmullo de una pantalla, de un papel como afluente de las
noticias. Nada. El todo es la nada. La distancia en la existencia de la
interiorización, en el cavilar con nuestra alma, libre de cada espejo
reflejando la ausencia. Sin embargo, el cosmos nos abriga, los astros pacen
sobre nuestros hombros. Sin embargo,
luchamos en el espacio de nuestras conversaciones con las mareas, con las
cuidadosas pisadas abasteciendo nuestro espíritu. Encendamos una vela,
pronunciemos vida y seremos resonar de la alegría, de la conciencia de este
mundo. Calma, todo está en calma. He regresado a esta ciudad que una vez me
acogió. A ella , la he olvidado en el trayecto donde los montes se visten de
sudarios, donde las arboledas se mezclan con el invierno. Y es que es invierno.
Intento olvidar, desplomar todos estos sentimientos y logro ser gaviota donde
su vuelo se vuelve hacia una ventana. La nada. Una bruma se levanta en está
ciudad desértica cuando la noche cae. La enfermedad está aquí y las gentes ante
lo desconocido suplican al adiós de esta catástrofe mundial. Si supieran lo que
he visto, lo que he sentido, lo que me ha edificado como mujer sin miedo al
todo. Calma, todo está en calma. El callar de esta urbe es estremecedor.
Parecen calles de un mundo fundido en el ahogamiento, en ataúdes que uno tras
otros y en silencio pasan ante nuestros ojos. Solo, eso. Sí, la he olvidado.
Considero que nuestras emociones deben palpitar en el curso de la vida. Morimos
y resurgimos como seres con las singladuras de un nuevo latido. Quizás mañana,
hoy me enamore de nuevo. Tal vez las flores vuelvan a mis ojos. A lo mejor seré
ave besando ese corazón que me corresponde con la conversación de la
constelación. Enciendo un cigarro, son las dos de la mañana y la cafetera dice
de mí. No, no quiero dormir, en mi se enclava este virus que gobierna a escala
mundial. Eso nos ha llevado por ser impertinentes, por ser hegemonía de
despechar aquello que es ajenos a esas fronteras. La dejadez...CONTINUARÁ
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