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Querida:
Enero
es un mes que da regreso a un frío más acentuado. Soy la verticalidad de las jornadas junto a
este muchacho, ya no lo llamo niño porque ya no lo es. Aunque en las secuencias
de los años vaya envejeciendo siempre, será mi pequeño. Está más alto que yo y
me siento contenta por el…se ha incluido en esta sociedad. Ahora puedo estar
tranquila. Sigue su rumbo cotidiano, sin prisas, con el ajetreo de lo que vaya
sucediendo en cada despertar. Todavía te albergo en un rincón de mi corazón y
no me cansa olvidarte, conversar en mi soledad con este folio que se supone te
enviaré, no sé dónde. Algo me dice que nos encontraremos, pero, no se cuándo. Hoy
he visto el mar…el mar, el mar. Su rumor produce una calma, un exorcismo , una conjunción
entre el bien y el mal. Me he unido a el y todavía tiemblo. Un temblor que se
va desalojando a medida que los minutos crecen. Miro mis manos, su gelidez se
planta en ellas. Y es que necesito tanto y tanto calor. Esta ciudad se mueve
con su polución, con sus gentes que no visitan los ojos , con los enamorados. Y
ahí, soy estática, soy fiel a mis bases. Me produce un aroma dulzón, agradable
cuando los veo ante mí, pasear como si no pasará nada en ellos, en ellas. De
manos, quien pudiera imaginar. Se sientan en un banco siempre en ese parque que
solía ir con mi hijo y durante horas permanecer abrazados en eterno instante de
sus emociones. Se lo agradezco con el silencio en mi mirada. Y un deje de
tristeza se clava a mi espalda. Te pienso y mucho, más de lo que crees. El amor
es ese pasajero que llevamos con nosotros a medida del paso de los años y que hemos
de conservarlo bien, hacer de él algo gigante donde el grito de la madre tierra
perece. Es lo único que nos queda, medito. Si no seremos enfermos de un mundo
caído. No sé cuando te enviaré esta carta, aquí queda en mi baúl donde los
recuerdos del andar de las estaciones se muestran quietos, en el más absoluto
subsuelo del vacío. Enero y el mar, un mar donde las olas son esa bondad de
llevarse todo lo feo, todo lo nefasto. Aun, la ropa mojada, la tengo puesta.
Sí, querida, estoy empapada y mis huesos retumban en una queja y mis carnes son
agujas que me da un temblor mientras te escribo. No sé si volveré a verte, más
quisiera o no, según se torno nuestro sino en el mañana. Quizás ya tengas a
alguien y esa es mi pregunta. Quizás hallas vuelto a tu casa. Quizás yo sea
olvido. Me hallas olvidado. La vida gira y gira hilvanándose en encuentros, en
desencuentros, en esperanzas, en fracasos. Un si y un no. Un no o un sí.
El chico llega de la playa. Oigo
cerrarse la puerta. No me saluda, cosas de la juventud. Directamente entra en
el baño presiento. Escucho caer el agua de la ducha como algo regocijante,
refrescante en su cuerpo…en un cuerpo que ahora conserva toda su intimidad. Yo
no digo nada. Dejo que los vientos del norte que soplan ahora lo guíen y hagan de
el un pensamiento grande. Porque los sueños tienen que ser lo grande, aunque
después de acostumbremos a lo que hemos llegado, más o menos. Mi hijo me llama,
me dice madre. Siempre que escucho su voz, su voz cambiada se me cae algo. No
estará toda la vida conmigo y, así, es mejor. Que vuele, que vuelo como los pájaros
a aquella rama todo tomará su despertar cuando son inclusivos de un canto vivo...CONTINUARÁ
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