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Tengo
un regalo para ti hijo mío. No es nada de lo que esperas, es algo más especial,
algo que las gentes de aquí olvidan cuando sus estructuras son verticales y
consolidadas a los deseos. Tengo un regalo, la vida, la oportunidad de
aprender, el merecido bienestar de estar vivo. Y me quedo solapada a esta
palabra el merecido, está mal dicha, mejor será borrarla. Todos tenemos derecho
a seguir un destino, aunque, incierto, nos alimente como hombres, como mujeres,
como cualquier existencia en esta esfera. Debiera de ser una de las premisas de
la humanidad, la paz y gozar de la vida en la amplitud de una felicidad, unos
días menos, unos días más pero, nutrirnos de ella. Creces demasiado pronto
hijo, ya estás a mi altura y yo te miro como aquel pequeño desamparado en un
ambiente de tumbas, de traiciones, de injusticias, de castigos. Pareces olvidar
como yo o has eliminado de tu memoria todo el mal. No recuerdas, no nombras cada
clavo escupido en tu pecho, en tu corazón hasta no ser más que un alma errante
en la nada. Y ahora, respiramos, cogemos el aire de la tranquilidad. Hijo mío
pido muchas cosas, una de ellas que seas hijo de la fortuna entre las terribles,
desastrosas, quebrantos que tiene la vida. Que nadie sople distorsionando tu
nueva realidad. Y me asombras…me asombras con tus movimientos, con tu belleza,
con la manera que llevas tu camino. Yo estoy amnésica o he querido ser amnésica
del ayer. No más atiendo a gratas sorpresas del ayer. Esa mesa preparada, los
cubiertos puestos, mi madre trajinando en la cocina. Ese es mi ultimo recuerdo
y luego….y luego impronunciables lagunas se postran en mi mente. Huye hija…huye,
el cielo esta escupiendo misiles, la casa tiembla. No te dará tiempo de
recoger. Déjalo todo y vete, ya nos veremos, yo me quedo aquí con tus abuelos.
Huye hija…huye. Y me fui y después no más. Ella seguía en su rito, de la cocina
y mis ancianos abuelos esperando ante el estruendo el almuerzo. Una mezcla a destrucción
y esperanza vi por ultima vez en aquella mesa. Mis abuelos sonreían. Mi madre disimulando
su temblor les servía la comida. Gritos y más gritos y luego silencio, ella
seguía en su normalidad y yo me fui donde mis ojos no conocieran el dolor, la
derrota de su disimuladas vitalidad, de ese entusiasmo enervado a la oscuridad
¡Uhm¡ ¡Ah, que cruel puede ser la vida¡ Mira hijo, hijo mío, tengo un detalle
para ti , ya sé que eres un jovencito pero tus ojos se llenas de chispas
risueñas cuando te lo he dicho. Vamos abre, abre el paquete...El ruido de calderos,
de platos y bombas. Mucho ruido y el adiós.
Adiós, hija mía, y ellos, mis abuelos con la vista puesta como si nada en el
almuerzo. Abre el regalo hijo mío, tu entereza dibuja serenidad…CONTINUARÁ
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