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Todos
los crepúsculos donde el sol ameniza los despertares son de agradecer. Será por
esa secuencia que quiebra las almas cuando son hijos del desahucio en terrenos
baldíos donde el invierno es atroz, terrorífico. No hay palabras para describir
la monstruosidad de los que albergan en la duda, en la nada de sus vidas. Dejo
a mi hijo en el colegio, madres, padres de variopintos lugares se reúnen en la
despedida, una despedida por horas. Lo abandono donde el revuelo del aprendizaje
con una coherente educación lo estructura en el mañana ¿Y qué será de ese mañana?
Espero que no sea travesía del vacío, de pozos hirvientes en minas que lo desluce
en la sensación de vivir. Yo he aguantado, he resistido…pero el, qué será…que
será. Con una cierta queja diminuta lo abandono y voy hacia el trabajo.
Mientras, pienso, me hubiera gustado que mi madre lo hubiera conocido. Así,
ahora, en este preciso momento donde todo parece calmo, armonioso. Me estanco
en una floristería antes de llegar al trabajo. Veo esas flores cortadas que fenecerán
en el transcurso de las horas. Flores nuevas en la lluvia de la rotura con la
madre tierra. Sin embargo, un sol ameniza mi tránsito por estas calles. Huelo
una, se ha perdido su aroma en la ofuscación de sus días. Sin embargo, un sol
ameniza y llego al trabajo. Ficho con la rutina diaria. Mis saludos se
enfrascan vital, con una mueca de gracia a quien da los buenos días. Con los
pasos medidos, con la cabeza en alta y mis hombros elevados en el entusiasmo
comienzo la jornada. El trabajo me consume en el olvido, un olvido que
desmenuza cada rincón de mis pensamientos. Miro a los pacientes como parte de
uno. Todo son iguales, pero con la estela de sus miradas distantes en un
aguacero de penumbras. Las penumbras de lo insano, del malestar. Sin embargo,
callan, asumen su estado. Una costumbre que los asocia este centro, a cualquier
centro de internamiento. El minutero pasa con celeridad, con el ánimo de la
salida al mediodía y me inquieto por mi hijo. Seguro que bien, estará bien sino
me habrían llamado. Cuando mis piernas palpan la calle miro al sol, miro ese
horizonte vertiginoso donde mis pisadas me llevan inquietas hasta el colegio.
Me es grato el trabajo, aunque sea triste lo que respire por esas horas. Desconecto
y enciendo la ventana de otras brisas, de otras corrientes agazapadas en el
ánimo. Y es agradecer estar aquí, donde los dioses se colman de un adiós...CONTINUARÁ
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