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De
la mano. Sí, de la mano, con mi hijo. Nos vamos del parque. Aprete su fragilidad,
su menuda mano, pero fuerte, con la calidez de los años que vienen. Le doy toda
mi energía, toda esa energía para que la valentía y la dignidad pisen sobre él.
Presiento que algo nos protege, que algo nos ha protegido a lo largo de estos
años. Y me ciño a ello. Caigo en la creencia de que algo vuela en nuestra atmósfera,
en nuestra alma. Y no es ramificación de alguna religión, de algún dios. Caminamos
contra corriente en este país de oportunidades falsas, en esta ciudad donde el
tacto se vuelve terco, áspero…a veces…Otras no, se dibuja una gloriosa armonía
entre los que conviven y ello me lleva a seguir adelante, a impulsar toda mi
existencia en esta nuevo techo. Llegamos a casa, dejo a mi hijo acostado,
reposando sus cavilaciones a través del tiempo que ha vivido. El se siente seguro
conmigo, una seguridad que tal vez se desquite en el paso de los años. Me miro
al espejo de esa habitación que compartimos. Las canas son bosquejo de cada angustia,
de cada sufrimiento en el pasado, en el hoy…Sí, en el hoy, me molesta y me
desanima que el se ausente cuando yo no estoy. Mis ojos miran mis ojos. Una
lagrima retoza por mi faz y entiendo el cansancio. Suplico a mi madre que donde
quiera que este me de ganas, ganas de continuar esta travesía de chinchetas
atravesando mi pecho. Hay que luchar, crecer, creer en uno misma y ser
participe de las vivencias que te rajan la respiración para después emerger
como alada ave en los pies de lo hermoso, lo bueno que es la vida. Se que hay gente de remotos aires que no
comprenden, que son inquisitivas con lo que discurre ante sus manos. Se que hay
gente de remolonas en la tibieza de gentes de otros lugares de este mundo. Se
que hay gente que en lo extraño, en lo no conocido son odio, son encabezadas
por una guerra sin fin. Se ha quedado dormido. No lo despertaré. No hay prisa.
Mis ojos miran mis ojos. Una compresión acaricia mi corazón, un vago olor de mi
madre me llega y me llena. Se que está conmigo. Sé que ella sabe cada pasada
que firmo. Su rostro se pinta tras de mí. No te olvido madre mía, nada más y no
tengo ganas de olvidarte. Ahora que te siento pienso que frío invierno azota en
las miradas de los que me ven como algo ajeno, algo distanciado a su cultura.
No te olvido madre mía. El niño duerme...CONTINUARÁ
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