Un cielo cenizo. Un cielo
estrangulado por el peso de los nubarrones. Una impertinente llovizna se hace
hueco en las pisadas por una urbe plomiza, densa donde la verticalidad de las
alas se arrima a un árbol cual supura las heridas de la polución, de la
desganas de ser lumbre de ataúdes ¡la vida¡Nada más. Seguir entre edificios
grotescos donde los chillidos de las miradas perdidas lo desesperan. Un cielo
corrosivo envuelve ojos vetados al más allá. Ojos revolcados en lo cotidiano de
una supervivencia en lo absurdo, en lo trivial. Somos hijos de esta casa que se
despeña donde los acantilados callan, donde las mareas muerden el adiós. Y
llueve, circulamos como náufragos de esta atmósfera. Ajenos a todo silencio regido
por el dolor. Ausentes nos apoyamos en una esquina, vemos el paso del tiempo,
un tiempo perdido en donde nuestro reflejo se hace marmóreo. Los cipreses cantan
y las tumbas vienen donde la sed, el frío y guerras perdidas o vencidas se
apoyan en nuestros hombros. Y caemos y un cielo cenizo besa nuestra garganta. Y
nos levantamos y un cielo cenizo huele nuestra hambre. Indefensos, vestidos de
miedo con las manos abiertas pedimos clemencia, basta ya, no más. Derrotados
nos embarcamos a rumbos oscuros, brumosos, tenebrosos. Un temblor se enreda en nuestros
rostros y llueve y hace frío y no sé porque pensamos en el ayer. Qué hermoso
ver los pájaros cuando el alba nos llama. Que hermoso ver los años en un jardín
donde los niños corren bajo la lluvia, sobre la hierba fresca. Que hermoso ver la sonrisa de las jornadas,
acostada en la plenitud de soles , de nuevas estaciones donde la paz sea
retumbar de nuestras venas ¡Ah esos nuevos despertares¡ en la plenitud de la
tierra, de una tierra que somos resonar de su vientre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario