El horizonte se nubla, una
intermitente llovizna atiza sobre las espaldas. Andamos en el sentido de las
gaviotas, de pardelas que a ras de la orilla observan su presa. Solas, en medio
del vacío somos puente elevadizo donde las cicatrices manipulan nuestro sol,
nuestro mañana. Y sin embargo continuamos como gotas de un llanto lejano, ausentándose
cuando nuestros ojos conversando con el horizonte que se nubla reflejan el
agotamiento. Las sensaciones se tambalean y somos hijas de un océano que nos alimenta,
que engulle todo mal alejándolo de nuestra nada. El horizonte se nubla y nos
pensamos y nos hablamos con el gozo de un presente detenido en un candelario.
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