La luna mengua y es la madrugada.
Traga lunas sale con su barca al encuentro de los infinitos misterios de la
mar. Traerá la verticalidad en su espalda y se hallará contento. Son horas en
que la nada lo engulle. Son horas en queda las pisadas se hacen mudas en la
avenida de esa bahía desde se embarcar´. Son horas donde su cuerpo agarrotado
aun en el sueño planeará junto a la inmensidad del océano. Son horas donde los
ojos parecen dormir. Y la luna mengua y es la madrugada y Tragalunas comienza
su labor…su dura labor. Marinero en todas sus vertientes y sin el temor un mar
tirano, grotesco, agrieta se lanza a su profesión…la de pescador una y otra vez
cada jornada donde la luna reluce su blancura. La mar está fea, se dice para
sus adentros. Sin embargo, el no se lo piensa y se introduce en esa masa
violenta. Tragalunas profundiza en la distancia, aunque el tambaleo de su barca
sea peligro, sea a lo mejor un adiós a este mundo de vivos. La luna mengua y es
la madrugada y Tragalunas sabe que no va pescar nada que se ha metido por la
mera rutina de sus días entregado a la mar. Y se da cuenta que la feroz marea
no lo dejará volver a la orilla. Y sabe que su mirada tímida, imprecisa no será
recuerdo de nadie. Y sabe que su soledad es hija de las mareas. Tragalunas, sin
miedo, sin apagarse como una ola gigantesca aberrante lo escupe fuera de su
barca…de su vieja barca y Tragalunas en su primera visión es agarrado por el
llanto de las sirenas. Y Tragalunas cree en su muerte, en su tumba en aquello
que le dio la vida, su entereza. Y
Tragalunas después de unas horas despierta, en la orilla, rodeado de gentes
inexistentes en sus días atrás. Tragalunas se siente conforme, fatigado, con su
respiración jadeante como si fuera él último aliento, pero sonríe. Su amante, la
mar, lo ha entregado de nuevo a esa bahía donde creció. Es el amanecer…un despertar de su dejadez, de
su mirada retraída donde las ballenas cantan. Sus labios pronuncian algo ajeno
a los que le rodean. Tragalunas se levanta, solo, con la mirada estupefacta de
los que allí se encuentran y con sus ojos estáticos en el horizonte de ese océano
llora. Nadie entiende. Nadie quiere entender y se alejan. Tragaluna y la mar.
La mar y Tragalunas. Con la lentitud que se mima a un amante bebe de esa agua
salada. Con la lentitud de un deseo reprimido muchos años penetra en el agua,
ahora, quieta, armoniosa. Le llega hasta su cintura y el parece sumirse en un súbito
placer. Ha perdido su barca y él también quiere perderse. Y Tragalunas escucha que
lo llama el llanto de las sirenas, el llanto de un océano en su danza con los
muertos. Adiós Tragalunas. Adiós …..
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