Uhm y la nada le escribía. Uhm y
la nada le hablaba. Uhm y la nada la llamaba. La llamaba por su nombre de pila,
le hablaba como habla la insonoridad de la brisa, le escribía como se escribe a
la ceguera de los pasos. Abrió la ventana y vio el mar, un mar balbuceando olas
calmas, olas calladas, olas idas y comprendió el eco rotundo de una bóveda celeste
que se erguia en el más allá de sus ojos . La soledad es cosa de dos, se dijo.
De mis sentidos y mi corazón. La soledad es mochila que nos desnuda y en lo cotidiano
descubrimos quienes somos, quienes éramos, quien seremos. Uhm y la nada le
escribía. Uhm y la nada le hablaba. Uhm y la nada la llamaba. Una amargura punzante paso por su frente. Un
sudor frio se clavo en sus ojos. Un hambre sacudió sus manos. Y tras décadas y
décadas comprendió que todo era un embuste de disfrazado de basura y entonces
la nada le escribía y entonces la nada le hablaba y entonces la nada la
llamaba. Y ella respondía, y ella charlaba con el resonar vertiginoso del silencio
absoluto. Un silencio hilando sus huesudos dedos. Un silencio cazando cada
rastro de ella. Un silencio que se le antojaba valeroso, vertical. Uhm y la
nada le escribía. Uhm y la nada le hablaba. Uhm y la nada la llamaba.
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