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Dan
las dos de la mañana. Las rosas secas sobre el sillón. Miro más allá de su
significado, más allá de ese cimiente donde el dolor se abulta, donde las
cicatrices no terminan de supurar. Y es que hay dolor, un trastornado castigo
sobre una vida. Escucho ese quejido, un quejido estático, vertical, arrancando
de la pena. Y una pena es espejo de mis ojos cuando la madrugada se enciende en
un silencio amenazador. Sí, las dos de la mañana. Los hechos tuvieron que ser
alrededor de esta hora que ahora marca mi reloj. El tiempo se detiene y
atravieso una cortina de pánico. Lo tortuoso de cada mancha roja detrás de
estas paredes me desconcierta, me dejan desolada. Una hoguera se forma
alrededor de mí. Huelo a cenizas, a miseria, a inocencia. Y zas…las vertientes
de lo negativo me empujan contra la pared. Con mi espalda prieta en ella busco
y busco la imagen perfecta de lo que fue. Una corriente de pájaros negros entra
en mi salón y se llevan las rosas secas que posan en él. Me quedo mirando con
mi columna entregada a la pared y con la agonía sórdida arrugando mi entereza.
Me quiebro, me evaporo, me desvanezco, me reviento, me amargo y mi pulso se
hace débil. Cuando despierto al observar el reloj todavía son las dos. La
lentitud de las horas concede una tregua en mi búsqueda. Que son las dos de la
madrugado. Las dos cuando la muerte levitó en este armazón de hierros y
ladrillos. Las dos cuando su madre se lo dijo…su madre se lo dijo. Las dos
cuando los cuchillos rajan los sentidos, cuando toda danza con la oscuridad. Y
un corazón que deja de bombear. Qué frágiles somos. En un ir y venir todo puede
ser una tragedia que nos hará perder el conocimiento. Las dos de la mañana una
lengua de magma atraviesa los latidos y los lleva a aristas cortantes de la
sonrisa, de ojos caídos, de ojeras invisibles. Y escucho el susurro de las olas
desprendiéndome de la pared. Un mar al que hemos quitado toda ilusión, todo
sueño. Un mar amasijos de tendones y venas colgando en el desvarío de algunos. Las
dos de la mañana, entregada a la nada siento el romper de un algo. Voy a la cocina
y sin darme cuenta piso un vaso de cristal roto el suelo. Siento como emana la
sangre de mi planta del pie. Un dolor agudo me engulle, me hace parir un grito.
Un grito en esta casa que habito a las dos de la mañana. Me siento he intento sacar
el cristal que me he clavado. Paralizada me fijo como mana ese fluido de mis
entrañas, es como si luchara con todo mal. Una gota de sudor cae por mi frente
y mezcla con la sangre. Barro los cristales rotos. Barro toda experiencia rumbo
a cuevas donde la insonoridad me hace beber de mi intermitentemente. Barro cualquier
risco donde la pisada mal dada desemboca en un destino crudo, en la intemperie
de ojos yermos, ojos huecos, ojos plomizos en el derivar de las jornadas. Son
las dos de la mañana, vuelvo al salón, las rocas secas están todavía. Y es que
todavía una punzada de alacranes se incrusta en los pilares de esta construcción.
Y es que todavía no logro alcanzar una exacta explicación de los acontecimientos
que llegan en una ansiedad hasta mí. Pozos de una memoria que me quiere vencer
y no me dejo...CONTINUARÁ
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