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Presiento el aglutinar de las horas como una
masa corpórea que viene a mi y me habla. Una conversación donde los sonidos del
dolor son presencia. Voy al pasillo donde está la rosa negra que agrieta mi
pared…mi pared blanca. Enciendo la luz. Enciendo mis sentidos. Enciendo mi
reconditez. Enciendo mis heridas. Enciendo cada cicatriz tatuada en la dejadez.
Enciendo a la misma vez un sentimiento, una emoción siempre vigilante de mis pasos.
Agradezco los alisios en esta primavera calurosa, el frescor se extiende en
este pasillo. Miro la rosa, las tinieblas terroríficas donde la hegemonía de
una maldad se esconde en ella. Aquí, en este edificio, en su pasado. No hay
miedo, no hay prisas. Algo sale de ella, figuro un ánima destrozada en el ayer.
Por su fisionomía transita en la luz de una mujer. No logro distinguir su rostro,
pero me viene cierto halito de algún sueño donde la he visto. Sí, la he visto, me es familiar. Mi mano se
alza toca con sus palmas las de ella. Por momentos un mareo me sacude. Por
momentos una retahíla de imágenes se concentra en mi cabeza. Algo desagradable,
su celeridad no me permite distinguir cada secuencia de esas imágenes. Me
aparto y lloro. Una tristeza me tira. Una tristeza me rompe. Una tristeza me
asesina. Una tristeza me hace impotente. La figura con un halo azul-violáceo se
centra quieta ante mí. Por instantes sobre mi memoria un grito. Por instantes
sobre mi memoria un ataúd. Por instantes la impotencia. Por instante invoco a
mis fuerzas. Por instantes me fatigo. Por instantes un reducto de lucidez me dice
lo que ocurrió. Y me rajo. Y me caigo. Y me pierdo. Con un movimiento rápido
voy a la ventana del salón. La abro y la luna redonda y blanca está ahí. Y
suplico. Y me agarro a lo que sea en esta madrugada donde los grillos cantan
para la coherencia de esta pesadilla. Y la luna no responde. Intocable me
observa. Solo el repetitivo vals del faro. El tiene que saber. Sí él. Siempre
en su girar y girar de siglos. Y me pregunto porqué está tan callada la
madrugada. Una madrugada donde la nada aspira de la ciudad. Una madrugada donde
solo las luces de las farolas que apagan el firmamento castañean la verdad. Cierro
ventana. La isla está en calma, insonora. Cierro los ojos y divago en esa
figura. No, no me da escalofríos cuando miro al pasillo. Todo apagado. Mi entendimiento
me lleva a la duda y observo arriba de mi sillón un manojo de rosas secas, de
rosas muertas…CONTINUARÁ
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