21
No
me resigno. Las cuatro de la mañana. La luna redonda y blanca se ha ido, se ha
perdido en lo global de este mundo. Salgo de mi casa. Mientras camino dentro de
mi hierve la verdad. Voy a la playa. Esa playa donde una masa líquida es la
solución al todo. Me revienta el estómago y mis entrañas son temblor enraizado
a un escalofrío. Fija, estática me enfrento a ese mar, donde la marea juega con
nuestras vidas. Donde las olas estridentes, grotescas rompen contra las rocas
sin paciencia, sin compasión, intangibles a todo trato. Escucho los gritos de la
oscuridad, los gritos que somníferos nos encarcela al olvido. Vidas metidas en
sacos y atadas tiradas a la mar, por ser mujer, por ser incontrolable obediencia,
doblez a las afiladas cuchillas de la bestia, el hombre. Fue un hombre el que
disparó a sus sentidos de sus destinos. Comprendo. Peno. Las rosas negras que están
agrietando mi pared las tiro a la mar, a esta mala mar. Una mar fea como cloaca
a los caminos que tomamos. Huele mal, un olor que rechina en mis huesos,
doloridos. Y me siento cansada, un cansancio barriendo todo el suceso, toda
aberrante disconformidad con sus seres. Son mujeres asediadas, violadas,
inconclusas en su girar y girar en este mundo, maltratadas donde no quisieron
callar. Y la mar invoca el destierro. Y la mar invoca la muerte. Y la mar
provoca mi aullido en la oscuridad. Las constelaciones trazan su fin, como fue su
fin. Ahora, que la luna redonda y blanca se ha ido. Las constelaciones tienen
memoria y lo trágico se vuelve eviterno en nuestra alma. Siento sus gritos,
siento una respiración encharcada de rosas negras…de rosas negras secas
danzando con la oscuridad. Y ellas
regresan, un regreso para ser parte de esta isla, de esta tierra. Las
constelaciones me hablan de como cada una de ella. Una lágrima impertinente se
clava como tacha ardiente en mi garganta y mis ojos se cierran. No, no quiero
saber más. Camiones circulando en la oscuridad. Caminos llenos de dolor, de angustia.
Van camino a la mar fea. Van arrojándolas como si no más fueran rastrojos de
incendios. No, no quiero saber más. Suplico a la luna redonda y blanco que
vuelva. Suplico que germine la mañana y las constelaciones no sean más que una extraviada
memoria. Doy un paso, los acantilados me miran, los acantilados de desmesurada tumbas
anónimas me hablan y yo converso solo con el dolor. Soy duelo, un duelo
agresivo ante los agujeros de esta existencias….muchos, demasiados. Y ellas
danzan con la oscuridad. Esperarme, les digo. Esperarme…
FIN
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