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Quiero
que la madrugada se haga eterna. Sí, saborear de su plenitud con toda la mía. Los
años pasan, nos hacemos más lentos, más visionarios de lo que viene y me
tranquiliza. El murmurar de la noche con esa luna cerrada me hace respirar cada
ráfaga de aire que se detiene en mi cara. Soy mujer, soy imagen abisal de un
ayer. Soy escrupulosa con mis pisadas. Soy mujer, soy remanso de unos ojos que
atentamente escuchan, pero callan. Y es que callar es el modo perfecto de las
olas. Soy mujer, atracones de insoportables vivencias me han merodeado. Soy
mujer, vivo sola. Soy mujer designando mis formas de andar, de ser ancla donde
lo hondo de la oscuridad me haga un guiño. Son mujeres. Sí, son mujeres lo que
la vida rencorosa, celosa, hirviente, injusta, inalada han dado a ese castigo.
Muertes, expolio del placer de sonreír, arrebatando todos sus sentidos como ser
humano en muchos lugares de este mundo, en la mayoría. Estoy de duelo, con
lágrimas negras, con unas rosas secas negras encima de mi sillón por aquellos
que las han asesinado en el canto pulcro de su caminar a la libertad, a la
expresión reflejada en cada par de ojos lapidados por la inconciencia, por una
sociedad donde las considera nada, un pozo vacío donde se mueven sus vicios más
tórridos. Soy mujer y me quejo. Soy mujer y grito, aunque mi voz solo sea un
reventar de estómago, de mi garganta. Cuello rajado y sangre y más sangre. Ser
objeto una desquiciante verdad que aun rompe todo nuestro ser. Un largo sendero
nos queda aún. Un sendero donde muchas rosas negras llenaran de mugre sus
rostros, sus pisadas. Soy mujer. Mujer del viento. Mujer de las nubes. Mujer de
los mares. Mujer de las estrellas. Mujer de las montañas. Mujer del mundo. La
pesadez replica en una tristeza infinita, conducente en que no más que somos
fardos de piedras. Y las piedras hablan, hablan de de lo anterior a este siglo.
En cada una de ellas está retratado cada mujer, cada niña que ha sido hija de
la devastación plena. Las tres, son las tres. Las tres de la mañana. Aboco a la
tempestad. Llamo a las tormentas. Anhelo un chubasco de piedras donde cada una
de ellas resurjan de las espesas nieblas del exterminio. Aclamo a la fuerza.
Realzo la fuerza y me sostengo en un hilo largo…muy largo donde el resonar del
dolor me consterna. Soy mujer y son las tres. Como loba de mi gruta lamo cada
herida, cada horror y lo siento mío. Por instantes me desprendo de este cuerpo,
mío, solo mío y agarro cada alma lanzada a melodías fúnebres. Un pájaro atraviesa
esa luna llena, esa luna cuyo espejo es el océano y observo como nos arrugamos,
como decaemos, como se para todo para un nuevo nacimiento…Porque siempre
nacemos, siempre hay una soga que nos ata a un mástil de esta tierra para
continuar en la mirada de un faro que viene, que va. Soy mujer y son las tres…
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