Su tía se lo había dicho, no vayas allí. Ella sin caso
alguno subió a la colina más altas entre las siete que avistaba sus ojos
amarillos, sus ojos morados. Un viento feroz se entrometió en su pelo, alborozándolo
en un baile arrítmico, un revuelo que le vendaba la visión desde esa altura. No
vayas allí, las palabras de su tía se escabullían en cada latido estallado en
su pecho. La noche vino y el viento continuaba remando con celeridad y
violentamente. Luego vino la calma.
Desde donde estaba ella avisto una fogata en forma de cruz y figuras negras en
movimiento, en un grito que no daba crédito a su temor. Era noche sin luna, era noche de silencio, era
noche de estrellas dispersadas en un cosmos irreconocible. No vayas allí, se repetía
constantemente en la fugacidad de la noche, en la fugacidad de su aislamiento
ante el terco frío de una noche de primavera.
Y las figuras con el viento callado seguían en su danza, porque era una
danza, al escuchar el sonido de flautas, chácaras y tambores allí, donde una cruz
y figuras negras se movían. De un instante a otro vino el viento, se ordenaron
los astros y su pelo se enredó con sus ojos, con sus ojos amarillos y morados.
Amaneció y todo fue callar, y todo desapareció. Con lo tosco de su pisada se dirigió
aquella colina, aquella colina. No había rastro de la hoguera, de que hubiera
gentes la noche pasada allí. Solo encontró un colgante. Se agacho y lo cogió
entonces sus manos se fueron transformando en llamaradas de una vida perdida,
de una vida ofuscada por cada recuerdo ingrato de su recorrido. No vayas allí.
Las palabras de su tía retorcían su corazón a medida que su memoria la estrangulaba,
la ahoga en un pozo de su pasado. No vayas allí…no vayas allí. Soltó el
colgante como si el demonio se tratara, como si una fuerza maligna quisiera absorber
en el precipicio de la nada. Su tía se lo había dicho, no vayas allí. Cayó al
suelo y no despertó hasta que la caída de la tarde fue cazada por la noche. De
su rostro lágrimas rojas se derramaban, ya no sabía si por su error o por su
descuido. Si, se había descuidado. El colgante no estaba, solo una cruz en su
soledad. No llegaba entender, no quería
comprender y como alma llevada por el diablo descendió la colina. No vayas
allí, las palabras de su tía burbujeaban con el marchitar de las flores de la
primavera. Llego a su casa. Se miro al espejo, había envejecido solo le quedaba
sus ojos amarillos, sus ojos morados y el rumor interminable, no vayas allí. Ven,
ven sobrina mía escucho en un instante. Su tía muerta le hablaba. Ven, ven…donde
la tierra de cipreses se arrima a los nichos donde los hombres descansan,
mueren en el adiós. Ven, ven…no vayas allí.
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