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La
lluvia, la lluvia parte final de una escena para embriagarnos con otra quizás,
más esplendida, quizás más acogedora. El sol, el sol despliega sus alas doradas
en el cielo y toma posición como protagonista de las horas venideras. Cierro el
libro y con la vitalidad de esos rayos solares me asomo a la ventana. Y todo
cambia, como la vida. Y todo se transforma con otra perspectiva. Me gusta ese reino
donde la luz siembra optimismo, una gustosa gana de salir y ser inyectada por
sus alfileres tibios. Nos quitamos la mascara y lucimos nuestros, nuestras
manos. La madre tierra nos infla de ganas de dar un paseo, por ejemplo. Nos auxilia
en ciertos momentos como yo en esta soledad sonora. Mis pisadas retumban por
estas paredes, estas paredes de donde nacen flores y quedan a oscuras almas desconocida.
La verdad que el edificio es viejo. Qué habrá pasado dentro de él o qué hubo
pasado en este pedazo de terreno que se edificó. Voces de muertos se elevan en
sus pilares, supongo. Voces que quedan perpetuamente ancladas en cada fragmento
de este edificio. Y sus almas vienen,
vienen con el quejido de un aviso. Me visto. Miro la flor que ha brotado la
pared, una flor negra. Una flor donde el luto por el dolor me achica, me
altera, me desmoraliza en el sentido de la duda. Salgo de la casa, bajo escaleras
y ya en la calle todo se mueve en la dirección de la vida. Camino y camino,
llego hasta un parque próximo, por las horas tempranas que son aun no hay nadie.
Me gusta su callar. Me gusta cuando su sendero de tierra abatida esta aislado. En
un banco sentada escucho el murmullo de una fuente, la miro. Miro el movimiento
ondulado de su caída repetitiva. Una cierta confianza se adueña de mí. Una
cierta tranquilidad se abrocha en mi pecho.
Y esta fuente para mi es un jardín encantado, un jardín donde mis ojos
lucen su monótona melodía. Es tan perfecto su afán de continuar que me
estimula, me hace caer en la admiración de algo tan simple, una fuente. Y beber
de ella, aunque esté prohibido. Y beber de ella hasta la saciedad. Y las horas
son fugaces, son un cierto estornudo que ronda la huida, la calma. Me levanto,
el sol se eleva más y más hasta llegar a su punto más alto. Ya empiezan a
escucharse pisadas de la jornada y yo me voy. Me voy devorando cada nota de esa
fuente. Se queda en mi…CONTINUARÁ
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