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Hambre.
Tengo hambre. Ahora, que entre en mi casa con esa rosa negra desmembrando la
pared. Tomo fijeza en ella y crece por horas, por minutos. Lenta, pero crece.
Hambre. Tengo hambre , estoy en la cocina. Miro la nevera, un bote de leche y
nada más. Me cubro de una cierta tristeza. Me compadezco de mi misma. Desde que
perdí mi empleo, he tenido que ahorrar y ahorrar hasta en lo más impensable. Un
bote de leche y cereales comeré acompañado de un huevo frito. Es lo único que
no puede faltar. Hambre. Hay hambre bajo este techo donde se columpia los ecos
de un ayer, de un ayer ajeno a mi pero que me condena a recuperarlos, a
recordarlos a través de esa rosa negra que agrieta la pared. Hambre, tomo el
bote de lecho como si fuera una fuerza edificante, nutritiva y bebo de él. Tus
miserias que no la sepan de nadie, me llega la voz de un pasado. Guárdalas bien
guardadas debajo de tu almohada, donde nadie las descubra. Estate entera, con
la mirada al frente, siempre para delante…siempre. Hambre. Mi estomago se hace
añicos, se condena a la sobriedad de la dieta, a las ganas de comer cualquier
otra cosa. Pero no. Hambre... con la mirada al frente, siempre para adelante.
Me consuelo en que siempre habrá alguien peor que yo en esta isla. Si , en esta
isla y saludo la vida. Vivo en una isla, una isla que también posee sus
mortificaciones, sus miserias escondidas no se dónde. El orgullo se apodera de
ella y no es clara y no es concisa, se hace siniestra con ella misma. Una
neblina venda sus ojos, un tul negro donde no se ve más allá de su sombra. El
olor de la rosa negra de la pared se hace eco, se hace imperante, se incrusta
en mi olfato y visiono el allá, el más allá de su sentido. De pronto cierro los
ojos y nebulosas, estrellas, galaxias y en fin el universo se hace hueco en mi oscuridad.
Quiere decirme algo, son ellos, los que se han ido cuando esto no más que era
escombro de una vieja construcción de principios de siglo veinte. El horror
penetra en vientre, en mis latidos y mis parpados quieren abrirse, pero su
eclipse es total. Se engendra una especie de viaje, donde el espacio es el
medio por el que se transporta después de sus existencias aquí, en el
aeropuerto de lo que decimos vida. No, no son muertos, son almas cohibidas,
abatidas por la desazón, por el condena del olvido. Olvidamos, retozamos en nuestro
yo, en nuestro ahora, en nuestro ya. Sin embargo, ahí ese ayer, qué negritud se
cierne sobre esos seres no despedidos, anónimos de su errar y errar en este
mundo. Apuro el almuerzo con mis ojos cerrados. Cierro la nevera y una
ventolera interfiere en mis cavilaciones. Es un mediodía que danza con la tarde,
todo lento se presta al despertar de la siesta. Una siesta con la que
charlamos, con la que desconectamos de las horas anteriores. Un estallido de
otras ganas de andar cuando el sol comienza su declinación...CONTINUARÁ
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