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El
tráfico se acumula en la carretera, es hora de descansar, de almorzar. Yo aun
no tengo apetito con esta brisa que viene y va con sus ráfagas inquebrantables.
Mis brazos se posan en la barandilla de la avenida y observo el retozar de las
olas que vienen y van con su espuma blanca. La marea está alta, hay mar de
fondo. Un mar que se lleva todo lo que en la orilla hay. Todavía existen el
canto natural del océano. Es lo más próximo que tengo en esta urbe, detrás de mí,
gente circulando con la mirada perdida en sus razones, en sus pensamientos. Me siento
donde el mar es el todo para tomarme un café a mi modo de contemplación. Cuerpos
mojados a la servidumbre de un sol primaveral. Vienen , van…van, vienen. Yo
aquí, ahora, con el silencio de mis manos, de mis piernas. Sorbo el café y me
vinculo a sus últimos días. No sé porqué un ayer acude a mi a estas horas,
cuando ya no estoy en ese campo donde los muertos son reflejo del mañana. El
olor a cipreses y rosas me viene en su mezcla heterogénea con este mar de algas
y caracolas. Distingo cada uno de los olores y me balanceo en el ultimo
aliento. Un sudor enhebra mi espalda, un sudor de un todavía rumorea la rosa
negra que agrieta mi pared. Fijo mis sensaciones a esta libertad que ahora
poseo. Fijo mis sensaciones a la actitud irracional de un planeta que se
fragmenta, que se rompe en cachitos de penurias, de guerras inagotable en el
concurrir de los siglos. Siempre hay algo aguijoneando la paz Y me pregunto el
por qué…el porqué de estas incoherencias, de estos despistes de la humanidad. Termino
este café y me introduzco en lo insensato, en el delirio de grandeza que puede
llevarnos al caos. Nos acoplamos a lo maligno como si ello fuera nuestro futuro,
pero, erramos. Somos seres inseguros en un vaso de agua, en un océano extenso
que nos ahoga, que nos deprime. Y ahora que encuentro la sencillez, mis ojos
paralizados en esta grandiosa belleza susurrando su movimiento, continuo, cronometrado
en el curso de las horas, de los instantes que hemos de vivir. No más, esta
tierra donde estática soy dejada por la brisa marina en absoluta reflexión ante
lo bello. Todavía, estamos a tiempo que nuestros caminos se crucen, se acaricien
y seamos hijos de la paz. Pago y me levanto. Sigo el paseo adoquinado de la playa,
me divido entre cada secuencia que dejo atrás y en la imagen de sus vidas, de
lo cotidiano hasta llegar a ese edificio donde vivo. Subo las escaleras, solo
el aroma de las comidas tintinea en ellas. Abro la puerta y un fuerte olor a
rosa negra invade toda mi sustancia...CONTINUARÁ
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