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Agoto
mis ganas frente a esa lápida de mármol negro. Un tributo de espectros me
sacude, me saludan, me dan ciertas lástimas. Se han ido todos, pero cierto
renacer se enquista en mi pecho, en mi vientre y un temblor se enraíza en saber
que están bien. Todo luce como debe ser, bien. Mi mano se despega de esa lápida
de mármol negro e intuyo que detrás de mi hay algo, algo inmaterial, algo
extraño que me declina en unos momentos seguir donde estoy. Contemplo mi pasado
como un barco naufrago en aguas espesas, fangosas, engorrosas donde mi yo no
responde a lo que es el hoy, este presente desfilando en el paso de las horas
frente a esta fosa de lápida de mármol negro. Y me despido, una despedida grata, una
despedida con un gesto de cariño por aquellos que viajan en otra dimensión. Una
dimensión que desconozco y mi interés por ella se fabrica en la vibrante energía
pacífica que siento aquí. El cielo sigue despejado, un cielo de un azul
evocador, entregado a los que vivimos en este rinconcito del universo. Lo nítido
del más allá se borra de mi mente cuando salgo de este lugar. Las puertas se
cierran a mi paso. Es mediodía. La estación de los idos, de los muertos se
queda detrás de mí. Su viaje atraviesa ese mármol negro donde esta sus nombres
y se mostrarán como signo de un polvo estelar más allá de nuestra capacidad de
entendimiento. No logro comprender, pero el eco del universo me los trae, me
abriga en esta jornada primaveral. Yo le digo adiós al hueco que los vi por
última vez. Yo digo hola a esta atmósfera que nos rodea y me dice que están bien
y me guardo esa idea donde nadie pueda hacer lubricaciones sobre mi estado
mental. La guardo con una llave de sentimientos que revolcándose en mi entereza
y sigo, sigo la ruta que me lleva de nuevo bajo mi techo. Suspiro. Y este
suspiro me advierte de mi mañana, un mañana igual que ellos en el profundo
cosmos. Dejo atrás las flores cortadas para los muertos, un coche fúnebre es
caravana de alguien que se va, de alguien que viene. Una mujer apresurada
compra un ramo de muertos, crisantemos ha optado. Yo los odio, si se enerva en
mi una oscura energía de necedad cuando veo estás flores de la despedida de
esta tierra, de esta tierra donde seremos no más que polvo de gusanos. Me quedo
con secuencia de imágenes de lo que fue, de lo que significa en el rumor de sus
espíritus. Una brisa se levanta, lenta y con la pausa de un viento abocado a la
pesadez de estas horas…CONTINUARÁ
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