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Y
el aislamiento comienza, serpentea por mi cintura hasta llegar a mis sienes. Me
aíslo cuando la noche retoza con el brío de una luna voluminosa, que se expande
a lo largo de las horas. Y como digo soy frío. Aunque en ciertas veces no me
conozca y el impulso de sus labios alumbren mi cuello inagotablemente como
cascada que no cesa. Y es que a veces nos enamoramos y también a veces lo
dejamos aunque el amor no sea vencido solo, por causas ajenas en nuestro
transito en la verdadera caricia. Cierro la ventana, corro cortinas y me siento
en el sillón, un halito de la rosa negra que agrieta mi pared me viene ahora
que no deja que la fugaz fragancia del nocturno no dejo que entre. Ahora, la
hallo, con sus ojos observando cada movimiento en la conversación de los
cuerpos, de la tibieza del aliento, de los besos. Un túnel del tiempo me atrae
y como succionada me inyecta en su entereza. Todo es luminosidad, un brinco de
aves nocturnas revoloteando en mi silencio. La danza del querer se agita y escala
hasta mi vientre, un impulso arrebatado hace que mi pulso se acelere y la
observo. Observo su andar con mis labios cosidos. Intento hablar y no puedo.
Intento abrazarla y no puedo. Intento dialogar con sus manos y no puedo. Desoigo
cada pedazo de cielo cuando nosotras nos miramos por primera vez. Y me convenzo
de que ese amor no ha acabado, ni tan quisiera ha empezado. Enciendo una lamparilla
que posa en la pequeña mesa al lado del sillón y me entrego a unos poemas, unos
acabados, otros no. Intento escribir algo y no puedo, el agotamiento de quererla
me censura cualquier detalle sobre una hoja en blanco. Me levanto. Voy a la
cocina y enciendo la luz del pasillo. La rosa negra que agrieta la pared parece
mustia, una melancolía insólita que no logro comprender. En esta ruta de
nuestro tiempo nos complicamos y buscamos la complicidad en un cavilar insensato.
Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere. Termino bebiendo un vaso de
agua del grifo de la cocina. Quieta, apoyada en el fregadero mojo mi cara. La
luna entra por la ventana con su halo blanco bañando toda la cocina. Y me
siento agraciada. Por unos momentos que serán inmortales para mí, la pienso, la
acojo, la beso. Una historia que no tiene cabida en lo cotidiano en el sollozar
de mis manos. Y mis manos lloran. Y mis manos tiemblan. Y mis manos envejecen.
Y mis manos se cansan. Y mis manos se envuelve en brumas inhospitables. Y mis
manos quieren cantar y no pueden. Y cierro los ojos. Y cierro la emoción. Y
cierro mis sentidos. Y cierro la cortina de la cocina. Y la luna también calla.
Y la luna también me abandona. Y la luna también me aísla. Y la luna también
huye. Y todo se vuelve gélido. Y la fetidez de la ausencia viene. Viene por ese
túnel imantándome...CONTINUARÁ
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