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Y
se hace un huevo al ruido, a la voz del panadero. Pan…pan, chilla por todo el
edificio escaleras abajo. Desconecto del silencio y voy hacia la puerta de la
entrada de la casa. Le dejo una nota antes que toque. Una nota con mi letra
moldeada en cursiva, con mi letra perfectamente entendible para él. Cierro la
puerta, no me acuerdo lo que estaba haciendo, el silencio anterior me absorbió de
tal manera que al mirar mi cara en el espejo de la entrada soy esencia de la
sed. Tengo sed. Soy caída de mis huellas ¿dónde estarán? Perdidas en la
intemperie de los sentidos. Bebo agua y más agua. Y la sed no cesa. Recorro la
casa, veo la rosa negra que ha brotado en la pared, pero una llamada por teléfono
me detiene del embeleso. Lo cojo y cuelgo. Pero suena de nuevo. Una voz grave
se escucha en el fondo, la reconozco. Conozco ese deje, esa sensación de
pesadez en sus primeras palabras. Unas palabras que me saben a un ayer, un ayer
que se difumina entre el error y la sensación de los sentimientos. Primero, lo
que me viene, es alegría, es como si necesitara que me llamase en estos momentos
de soledad y aislamiento. Segundo, lo que me viene, es una desgana, una
composición fúnebre de lo que fue nuestro amor, nuestra amistad. Me paro, y en
mi mente con la celeridad de unos fotogramas diviso el diluvio de cada experiencia
vivida, de cada alegría, de cada lágrima derramada en la reconditez de mis
sentidos. Me paro, y mi mente se cierne a la tentación de un regreso y una
pausa de lo que fue y ahora no lo es. Saludo con la andadura del pasado por
cristales rajados. Nos hemos hecho mayor, la madurez impregna en su voz, en la
tonalidad que dice las cosas pero un resquicio temporal de esos años, de esos
meses, de esas semanas, de esos días con soles o sin ellos, con lunas o sin
ellas me dice apártate. Y huyo donde mi intimidad se acuesta conmigo, donde mi
interior vocifera aléjate. Quiero despedirme, quiero dejar claro que todo es
cambio en el transcurso de la vida, que ya no somos los de antes. Y comprendo,
que no entiende, que una sombra maldita la hace atravesarse en mis caminos.
Callo por unos minutos y dejo hablar en su soliloquio detrás de la línea. Esa línea
que me entra ganas de cortar como desprendimiento de jornadas gélidas, sombrías.
Me aferro a su voz que sigue y sigue con el convencimiento de mi vulnerabilidad.
Pero no, no soy vulnerable, no soy tangible a su trato. Y espero a que termine.
He realizado un trato con mi vida, nunca más. Nunca más seré ese quejido
rondando la nada, el vacío. Nunca más seré mujer rota por el mismo tropiezo.
Cuelgo, rozo mis pensamientos, me hallo en armonía. Una paz que desata mi
amargura y la bate. Cae por un acantilado donde el oleaje se hace virulento y
me entrego. Me hace bien…CONTINURÁ
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