A veces no entiende. Su comprensión
no alcanzaba los pozos de la desmemoria de esta tierra. Pozos donde batallas
baldías habían engendrado la oscuridad de la mirada. No, no quería entender. Se
sentaba en una roca, en la noche, mirando el girar y girar del faro de la isla.
Divisaba un horizonte difuso…un horizonte donde la monotonía del ser humano se
extendía en la derrota de su entereza. Un quejido infinito daba cobijo a este
planeta, más allá de las mareas. Y sin
saber por qué se sentía triste. La vida era como ese faro, un halito de luz, un
halito de la nada. Sus manos, se las llevaba a su rostro cuando el brío de
aquel faro daba la vuelta. No, no quería la nada, deseaba insistentemente el
haz de luz que el desplegaba. La isla se
le hacía pequeña. Mujeres y hombres luchaban…una
lucha encadenada al desastre, a ojos marmóreos en medio de lo confuso. Y la
madrugada llegaba con una brisa gélida a sus carnes y ella seguía contemplando
el horizonte, estática, con el pensamiento fijo de la barbarie de la existencia
en este punto azul del universo. Demasiadas y no entiende. Vientres inflados de
moscas en el retumbar del hambre, ojos secos en el soplido de la sed y muertos
y más muertos por la violenta agonía del poder. A veces no entiende. El faro
sigue ahí, quieto, constante en su lucidez. Y ella no quiere entender. Se le
cae el botón de su camiseta blanca… una camisa blanca y botón que rueda y rueda
ligero y torpe a la vez donde no se puede ver. Sus senos medios desnudos se
descubren a un mundo donde todo es oscuro. El faro gira y gira. El faro alimenta
sus sensaciones de rota mujer en medio de las rocas. La marea sube lenta…lenta
ella se incorpora. Mira el horizonte donde la esencia humana perece, se
entierra bajo fosas de agujas en el anonimato. Ella no quiere encontrar ese botón,
le es igual que sus pechos se luzcan en esa noche sin luna donde el faro
murmulla el rumbo de los barcos. Caravanas humanas navegando a la nada. Y ella,
a veces no entiende. Su compresión no alcanza los abismos del hoy, del ayer,
del mañana. Y la noche se torna negra. Y su desnudez se acuesta con las plumas
de pájaros que emanan de su espalda, cansada. Y ella desoye el entendimiento y
vuela más cerca del faro. Se posa en su pie con lágrimas maquillando alguna
esperanza, algún pensamiento de acuerdo con la belleza.
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