Los pájaros estaban ahí. Lo aseguro,
con el movimiento de las campanas de la ermita. El balanceo los hacía cantar al
ritmo que los feligreses acudían al recinto. Se levantaron los ancianos o
aquellos, creo entender, sentados en el parque que la rodeaba, aquellas cuya
conversación remontaba lo añejo, la experiencia de antaño. Años donde la lucha
por la supervivencia fue toda una culminación briosa. Ahora, descansaban,
escuchaban las campanadas y con el ellas el cantar de los pájaros. Una agitada tristeza
los azoraba, un estremecimiento de un mañana desconocido, confuso, caótico en
el rumbo de este mundo. Pero cuando era de decir lo cierto todos tornaban los
ojos hacia el campanario que replicaba con al ritmo del canto de los
pájaros. Todos entraron en la pequeña
ermita, no había cura, no había figuras donde refugiar sus miradas solo velas
que ellos iban encendiendo y cuya llamarada los purificaba de todo mal en la
oración intima, cercana a los sentimientos de cada cual. Las campanas callaron
y lo aseguro que los pájaros dejaron de cantar. Un silencio sepulcral se hizo
himno. Un silencio efímero se hizo belleza. Un silencio misterioso los hacia
indagar en un futuro a un incierto, un futuro donde los sórdidos llantos de alguien
los llevaría a la derrota como ser humano. La noche se hizo y los pájaros
estaban ahí. Las campanadas comenzaron de nuevo su danza y ellos de nuevo
cantaron. Nadie salía de la ermita, sentía ahí dentro seguros, resguardados de
un mal tiempo que venía, entregados aquellas muertes innecesarias, injustas por
la atmósfera rondaba este planeta. Así estuvieron días. Así estuvieron noche.
Así estuvieron hasta que en sus entendimientos llego la noticia de la nada, del
rumor de las heridas eternas, de las tumbas desconocidas de esa tierra que
ellos también pisaban. Comprendieron de los chasquidos de nubarrones en los
ojos, en ojos lejanos. Comprendieron de la pena en los corazones, en corazones
lejanos. Comprendieron que todos los pájaros no cantaban y de que todo los
hombres y mujeres liados en esta tierra no lograban alcanzar la sonrisa. Los
pájaros estaban ahí. Lo aseguro, con el movimiento de las campanas de la
ermita. Entonces salieron cuando la luna se hizo presente, cuando las campanas
sonaron, cuando los pájaros cantaban a su ritmo. Delante de ellos una pareja de
enamorados, una pareja de enamoradas mirando la luna, la luna blanca.
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