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Una
mirada. Una calima. Un invierno que embrutece el desequilibrio de la naturaleza.
Todo es anormal, una metamorfosis que dará a la violencia indudable del planeta
tierra. Ellas se detienen en sus miradas. Miradas que buscan la complicidad.
Miradas que atienden a la esperanza. Miradas como lianzas de un amor próspero.
Miradas donde la pena no tiene cabida solo, una ilusión, solo un cortejo de
alegres notas abogándolas al querer. Mojadas aun sus cuerpos respiran de ese
polvo en suspensión, un compendio de contaminación atmosféricas que las hace pensar.
Una preocupación enhebrándose cuando sus miradas se afrontan a esa ventana y
ven ese exterior desprotegido. La erupción ya ha terminado, el virus marca índices
de evaporarse como otras epidemias. Una mirada. Una calima. Un invierno que las
vierte inseguras en un mañana. Mañanas insostenibles en recuentro de niños
jugando en los parques de árboles sin hojas, de árboles donde los pájaros no
cantan. Y se dan cuenta de que todo es irreversible, que este caos va
encaminado hacia un túnel donde la luz lejana requerirá sudor y lágrimas. Una
mirada. Una calima y un invierno que las entrega a la danza de sus ojos, a la
danza de sus palabras. Conversaciones animadas en el enfoque de cada uno de sus
yoes. Se quieren y ello basta. Y ello estrangula cada una de las heridas de
este planeta, de este planeta llamado tierra. Una tierra. Una isla. Una mirada.
Una calima. Un invierno y la tormenta que no llega. Una masa de aire caliente
las arrimas al mismo pensamiento. Y lloverá, caerá una especie de tronada y
agresiva lluvia que dejará la ciudad descubierta en su intimidad. Y que hay de
sus nombres, como puedo escribir sin decir sus nombres acaso, importa. Dos
mujeres en la semblanza de una isla con calima, con una mirada, con un invierno
trastornado. Miran atrás, el tremor de ese nuevo cráter ha terminado. Y piensan
en el duelo presente, actual de los que lo que lo han vivido, de los que han
perdido todo , de la muerte de una isla que tardará en resucitar. Esos ancianos
que con sus manos construyeron cada fragmento de sus sueños, en el ayer. Ahora,
nada. Una asfixiante calamidad ha podrido todo, todos sus deseos. Se detienen,
no vale la pena solo, el instante perpetuo de las emociones es lo único que
queda en la exclusividad de los años. Una mirada. Una calima. Un invierno donde
el brote desquiciado de la madre tierra las estampa en la melancolía plomiza de
una jornada ¿Y todo lo que hemos vivido?, se preguntan. Nada, el hoy que será
el ayer, el mañana que será el hoy. Todo es en cierto modo la memoria. Sí, la
memoria. Una mirada. Una calima. Un invierno. Y la memoria haciéndose hueco de
esos instantes donde se delatan la verdad, tanto las dolorosas como las
victoriosas….CONTINURÁ
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