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Llega,
con el impulso de una inacabada jornada. Llega descansada, liberada de todo mal
que la envuelve a veces en brumas. Su amada aletargada en la cama escucha el
cerrar de la puerta. Un suspiro de alivio la estremece, la alegra. Llega con la
sonoridad de un nuevo nacimiento, su nacimiento. El sudor se arrastra por su
frente como gotas de su entereza, como gotas de un hoy donde es sorprendida por
su voluntad, por sus inquietudes. Todo sana,
pero, algo, queda en la memoria retorcida donde el encuentro con nuestro yo se
divide. En el baño, ella, se mira al espejo. En el baño, ella, respira
hondamente como quiebra del pasado. Ahora es otra. Ahora, es playa donde las
olas se mueven en sentido de la luz de los días. Da igual que sea mala mar, que
sea buena mar. Ahora es espíritu movido por el aliento de las horas. Y las
horas pasan, y los días pasan, y los años pasan. Estamos aquí, con la sensación
honesta de nuestros deseos, sin dejarnos quebrar por lo estúpido, por lo iluso,
por la brutal sensación de un vomito sobre nuestras espaldas. Le cuesta a la
calima alejarse, aunque es febrero. El invierno se hace dañino. El orden de las
estaciones es cambiante. Pero un frío metálico acecha, se presenta. Todo es extraño.
Y ella durmiendo, se escucha su respiración pausada, conmovida por algún sueño
o quizás no. Se tiende junto a ella y
descansa. Se engendra una especie de cotidiano que la hace relajarse, posar tranquila
en el transito de las horas, del tiempo. No, no hay prisa. La isla está
enferma, la isla adolecida se lamenta. Nos ponemos una máscara donde los ojos
son la una vertiente que nos podemos fijas. La cuestión radica que hay ojos
inexpresivos, quietos, que no expresan las palabras que se esconde bajo el
amarre de nuestros labios. Todo terminará como tantas otras pestes miraremos el
cielo como bendición por este daño ido. Un cielo celeste diría yo, un cielo
donde la glotonería de vivir se hará intensa. Duermen hasta que el mediodía se
cruza en sus caminos, un mediodía esbozado con vigor de un cierto calor, una
brisa gélida. La confusión en el despertar les enseña que la paz es una utopía.
No soñaron, es verdad. Una verdad que diezma cada palabra cuando te asomas a la
ciudad. Una ciudad donde los desiertos del corazón se ven sacrificados por una
corriente brutal de comportamientos ¿Y ese foco donde el arcoíris anuncia la
quietud, el alzamiento de la calma, el levantamiento del equilibrio? Lejos, tan
lejos que nuestras empecinada negativa no la ve. Se levantan el mediodía dibuja
sus mundos, únicos, particular…CONTINUARÁ
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